a fin de que sirva de recordatorio al pueblo de Israel de que ninguna persona no autorizada, esto es, que no sea descendiente de Aarón; puede venir delante del Señor a quemar el incienso; porque le ocurrirá lo mismo que le pasó a Coré y sus aliados. Estas órdenes del Señor dadas a Moisés fueron cumplidas al pie de la letra.
»Recuerda, sólo los sacerdotes deben realizar los deberes sagrados dentro del santuario y en el altar. Si sigues estas instrucciones, jamás caerá la ira de Dios sobre el pueblo de Israel por violar sus leyes.
Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que el de Caín, y por eso Dios lo declaró justo y aceptó su ofrenda. Y aunque Abel ya está muerto, su fe nos habla todavía.
Él no es como los otros sumos sacerdotes, que tienen que ofrecer sacrificios cada día por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Él se ofreció a sí mismo como sacrificio una sola vez y para siempre.
Esto nos muestra hoy en día que las ofrendas y los sacrificios que allí se ofrecen no tienen ningún poder para hacer perfecta la conciencia de los que celebran ese culto.