Por eso, no permitan ustedes que sus hijas ni sus hijos se casen con los de esos pueblos. Nunca busquen el bienestar ni la prosperidad que tienen ellos, para que ustedes se mantengan fuertes y coman de los buenos frutos de la tierra y luego se la dejen por herencia a sus descendientes para siempre”.
En realidad, Dios da sabiduría, conocimientos y alegría a quien es de su agrado; en cambio, al pecador le impone la tarea de acumular más y más, para luego dárselo todo a quien es de su agrado. Y también esto es vanidad; ¡es correr tras el viento!