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Lamentaciones 1:20 - Biblia Nueva Versión Internacional 2022

20 »¡Mírame, Señor, que me encuentro angustiada! ¡Siento una profunda agonía! Mi corazón se agita dentro de mí, pues he sido muy rebelde. Allá afuera, la espada me deja sin hijos; dentro de la casa hay ambiente de muerte.

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Plis vèsyon

Biblia Reina Valera 1960

20 Mira, oh Jehová, estoy atribulada, mis entrañas hierven. Mi corazón se trastorna dentro de mí, porque me rebelé en gran manera. Por fuera hizo estragos la espada; por dentro señoreó la muerte.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

20 »¡Señor, mira mi angustia! Mi corazón está quebrantado y mi alma desespera porque me rebelé contra ti. En las calles la espada mata, y en casa solo hay muerte.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

20 Mira, Yavé, que estoy en angustias, me hierven las entrañas. Dentro se me retuerce el corazón, porque he sido muy rebelde. Afuera la espada acaba con los hijos, y dentro de la ciudad, la muerte.

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La Biblia Textual 3a Edicion

20 r Mira, oh YHVH, que estoy angustiado, mis entrañas se conmueven, Mi corazón se revuelve dentro de mí, Pues he sido rebelde en gran manera.° Por fuera la espada privó de hijos, por dentro se enseñoreó la muerte.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

20 Res. ¡Mira, Yahveh, cuán angustiada estoy! Me hierven las entrañas, mi corazón se retuerce en mi interior, porque he sido muy rebelde. Por fuera hace estragos la espada, por dentro es como la muerte.

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Lamentaciones 1:20
32 Referans Kwoze  

No cesa la agitación que me invade; me enfrento a días de sufrimiento.


El hombre reconocerá públicamente: “He pecado, he pervertido la justicia, pero no recibí mi merecido.


Como agua he sido derramado; dislocados están todos mis huesos. Mi corazón se ha vuelto como cera y se derrite en mis entrañas.


Me siento débil, completamente deshecho; mi corazón gime angustiado.


Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, alcanza la misericordia.


Por eso vibran mis entrañas por Moab como las cuerdas de un arpa; vibra todo mi ser por Quir Jares.


Chillé como golondrina, como grulla; gemí como paloma. Mis ojos se cansaron de mirar al cielo. ¡Angustiado estoy, Señor! ¡Acude en mi ayuda!


Si salgo al campo, veo los cuerpos de los muertos a filo de espada; si entro en la ciudad, veo los estragos que el hambre ha producido. Tanto el profeta como el sacerdote andan errantes en la tierra sin comprender nada”».


Reconocemos, Señor, nuestra maldad y la iniquidad de nuestros antepasados. ¡Hemos pecado contra ti!


te voy a juzgar: por alegar que no has pecado, por insistir en tu inocencia, por afirmar: “¡Dios ya no está enojado conmigo!”.


“Tan solo reconoce tu culpa y que te rebelaste contra el Señor tu Dios. Bajo todo árbol frondoso has brindado a dioses extraños tus favores y no has querido obedecerme”», afirma el Señor.


¿Acaso no es Efraín mi hijo amado? ¿Acaso no es el niño en quien me deleito? Cada vez que lo reprendo, vuelvo a acordarme de él. Por él mi corazón se conmueve; por él siento mucha compasión», afirma el Señor.


¡Qué angustia, qué angustia! ¡Me retuerzo de dolor! Mi corazón se agita. ¡Ay, corazón mío! ¡No puedo callarme! Puedo escuchar el toque de trompeta y el grito de guerra.


«Por eso, con sonido de flautas gime por Moab mi corazón; con sonido de flautas gime mi corazón por Quir Jeres, porque han desaparecido las riquezas que acumularon.


Todo su pueblo solloza y anda en busca de pan; para mantenerse con vida cambian por comida sus tesoros. «¡Mira, Señor, date cuenta de cómo me han despreciado!».


«El Señor es justo, pero yo me rebelé contra su palabra. Escuchen, todos los pueblos, y vean mi sufrimiento. Mis doncellas y mis jóvenes han marchado al destierro.


Grave es el pecado de Jerusalén; por eso se ha vuelto impura. Los que antes la honraban ahora la desprecian, pues han visto su desnudez. Ella misma gime y no se atreve a dar la cara.


Sus vestidos están llenos de inmundicia; no tomó en cuenta lo que le esperaba. Su caída fue sorprendente; no hubo nadie que la consolara. «¡Mira, Señor, mi aflicción! ¡El enemigo ha triunfado!».


Las lágrimas inundan mis ojos; siento una profunda agonía. Estoy con el ánimo por los suelos porque mi pueblo ha sido destruido. Niños e infantes desfallecen por las calles de la ciudad.


Nuestra cabeza se ha quedado sin corona. ¡Ay de nosotros que hemos pecado!


Allá afuera hay guerra y aquí adentro, plaga y hambre. El que esté en el campo morirá a filo de espada y el que esté en la ciudad morirá a causa del hambre y la plaga.


Hemos pecado y hecho lo malo; hemos sido malvados y rebeldes; nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus leyes.


»¿Cómo podría yo entregarte, Efraín? ¿Cómo podría abandonarte, Israel? ¿Cómo puedo entregarte como a Admá? ¿Cómo puedo hacer contigo como con Zeboyín? Dentro de mí, el corazón me da vuelcos, y se me conmueven las entrañas.


Al oírlo, se estremecieron mis entrañas; a su voz, me temblaron los labios; la debilidad entró en los huesos y se me aflojaron las piernas. Pero yo espero con paciencia el día en que la calamidad vendrá sobre la nación que nos invade.


En la calle, la espada los dejará sin hijos, y en sus casas reinará el terror. Perecerán los jóvenes y las doncellas, los que aún maman y los que ya se peinan canas.


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