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Lamentaciones 1:17 - Biblia Nueva Versión Internacional 2022

17 Sión clama pidiendo ayuda, pero no hay quien la consuele. Por decreto del Señor los vecinos de Jacob son ahora sus enemigos; Jerusalén ha llegado a ser inmundicia en medio de ellos.

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Plis vèsyon

Biblia Reina Valera 1960

17 Sion extendió sus manos; no tiene quien la consuele; Jehová dio mandamiento contra Jacob, que sus vecinos fuesen sus enemigos; Jerusalén fue objeto de abominación entre ellos.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

17 Jerusalén extiende la mano en busca de ayuda, pero nadie la consuela. El Señor ha dicho de su pueblo Israel: «¡Que sus vecinos se conviertan en enemigos! ¡Que sean desechados como un trapo sucio!».

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Biblia Católica (Latinoamericana)

17 Sión tiende sus manos, y no hay quién la consuele. Yavé mandó contra Jacob adversarios de todas partes; Jerusalén se ha hecho ejemplo de horror para ellos.

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La Biblia Textual 3a Edicion

17 p Sión extiende sus manos pero no hay quien la consuele. YHVH ha dispuesto contra Jacob, que sus vecinos sean sus adversarios; Jerusalem se ha convertido entre ellos en algo inmundo.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

17 Pe. Sión tiende sus manos: no tiene quien la consuele. Yahveh mandó contra Jacob a los opresores del contorno. Jerusalén se ha convertido en inmundicia para ellos.

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Lamentaciones 1:17
29 Referans Kwoze  

A continuación, Salomón se puso frente al altar del Señor y, en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos hacia el cielo


si luego algún israelita, consciente de su dolor, extiende sus manos hacia este templo, ora y te suplica,


En el año noveno del reinado de Sedequías, a los diez días del mes décimo, Nabucodonosor, rey de Babilonia, marchó con todo su ejército y atacó a Jerusalén. Acampó frente a la ciudad y construyó torres de asalto a su alrededor.


Luego me fijé en tanta opresión que hay bajo el sol. Vi llorar a los oprimidos y no había quien los consolara; el poder estaba del lado de sus opresores y no había quien los consolara.


Cuando levantan sus manos, yo aparto de ustedes mis ojos; aunque multipliquen sus oraciones, no las escucharé. »¡Tienen las manos llenas de sangre!


«¡Mira tú, ciudad afligida, atormentada y sin consuelo! ¡Te afirmaré con turquesas y te cimentaré con zafiros!


Mi heredad es para mí como un ave de muchos colores acosada por las aves de rapiña. ¡Vayan y reúnan a todos los animales salvajes! ¡Tráiganlos para que la devoren!


»¿Quién tendrá compasión de ti, Jerusalén? ¿Quién llorará por ti? ¿Quién se detendrá a preguntar por tu bienestar?


«En esta tierra morirán grandes y pequeños; nadie llorará por ellos ni los sepultará; nadie se hará heridas en el cuerpo ni se rapará la cabeza por ellos.


Voy a dar una orden —afirma el Señor—, y los haré volver a esta ciudad. La atacarán y, luego de tomarla, la incendiarán. Dejaré a las ciudades de Judá en total ruina, sin habitantes».


Oigo el grito como de parturienta, quejidos como de primeriza. Es el grito de la hija de Sión, que respira con dificultad; que extiende los brazos y dice: «¡Ay de mí, que desfallezco! ¡Estoy en manos de asesinos!».


Los pastores y sus rebaños vienen contra ella: acampan a su alrededor, y cada uno escoge su pastizal».


La aflicción me abruma; mi corazón desfallece.


»Todo esto me hace llorar; mis ojos se inundan de lágrimas. No tengo cerca a nadie que me consuele; no tengo a nadie que me reanime. Mis hijos quedaron abandonados porque el enemigo salió victorioso».


»Llamé a mis amantes, pero ellos me traicionaron. Mis sacerdotes y mis ancianos perecieron en la ciudad, mientras buscaban alimentos para mantenerse con vida.


Amargamente llora por la noche; corren las lágrimas por sus mejillas. No hay entre sus amantes uno solo que la consuele. Todos sus amigos la traicionaron; se volvieron sus enemigos.


»La gente ha escuchado mi gemir, pero no hay quien me consuele. Todos mis enemigos conocen mi pesar y se alegran de lo que has hecho conmigo. ¡Manda ya tu castigo anunciado, para que sufran lo que he sufrido!


Grave es el pecado de Jerusalén; por eso se ha vuelto impura. Los que antes la honraban ahora la desprecian, pues han visto su desnudez. Ella misma gime y no se atreve a dar la cara.


Sus vestidos están llenos de inmundicia; no tomó en cuenta lo que le esperaba. Su caída fue sorprendente; no hubo nadie que la consolara. «¡Mira, Señor, mi aflicción! ¡El enemigo ha triunfado!».


«¡Largo de aquí, impuros!», les grita la gente. «¡Fuera! ¡Fuera! ¡No nos toquen!». El pueblo de otras naciones paganas les dice: «Son unos vagabundos que andan huyendo. No pueden quedarse aquí más tiempo».


«Hijo de hombre, cuando los israelitas habitaban en su propia tierra, ellos mismos la contaminaron con su conducta y sus acciones. Su conducta ante mí era semejante a la impureza de una mujer en sus días de menstruación.


Pues a Israel se lo han tragado y hoy es de poca estima entre las naciones.


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