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Gálatas 2:11 - La Palabra (versión española)

11 Pero cuando Pedro vino a Antioquía, me encaré abiertamente con él, porque no procedía como es debido.

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Plis vèsyon

Biblia Reina Valera 1960

11 Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

11 Pero cuando Pedro llegó a Antioquía, tuve que enfrentarlo cara a cara, porque él estaba muy equivocado en lo que hacía.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

11 Tiempo después, cuando Cefas vino a Antioquía, le enfrenté en circunstancias en que su conducta era reprensible.

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La Biblia Textual 3a Edicion

11 Pero cuando Cefas° fue a Antioquía, me opuse a él cara a cara, porque era de condenar.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

11 Pero cuando llegó Cefas a Antioquía me opuse a él abiertamente, porque era digno de reprensión.

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Gálatas 2:11
31 Referans Kwoze  

Y tú, disponte a pelear, puesto en pie les dirás todo lo que yo te ordene. Y no les tengas miedo, o seré yo el que te intimide.


Pero Jonás, queriendo eludir el mandato del Señor, decidió huir a Tarsis. Así que bajó hasta Jope, donde encontró un barco que zarpaba para Tarsis; pagó su pasaje y se embarcó en él rumbo a Tarsis, para alejarse del Señor.


A lo que Dios replicó: —¿Piensas que haces bien en enojarte por lo sucedido con el ricino? —¡Claro que hago bien en enojarme hasta desear la muerte! —respondió Jonás.


Pero el Señor dijo a Moisés y a Aarón: —Por no haber confiado en mí y no haber hecho que se manifestara mi santidad delante de los israelitas, no guiaréis esta comunidad a la tierra que les he dado.


Pero Jesús, volviéndose a él, le dijo: —¡Apártate de mí, Satanás! Tú eres una piedra de tropiezo para mí, porque no piensas como piensa Dios, sino como piensa la gente.


Y se lo presentó a Jesús, quien, fijando en él la mirada, le dijo: —Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir, Pedro).


Los creyentes que se habían dispersado a raíz de la persecución desencadenada en el caso de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, anunciando el mensaje únicamente a los judíos.


Pero algunos creyentes de Chipre y Cirene viajaron a Antioquía y anunciaron también a los griegos la buena nueva de Jesús, el Señor.


Cuando esta noticia llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén, enviaron a Bernabé a Antioquía.


Por aquellos días llegaron a Antioquía unos hermanos de Jerusalén que tenían el don de profecía.


Por aquel entonces llegaron algunos de Judea que trataban de imponer a los hermanos esta enseñanza: —Si no os circuncidáis conforme a la prescripción de Moisés, no podréis salvaros.


Pero algunos miembros del partido fariseo que habían abrazado la fe intervinieron para decir: —A los no judíos debe imponerse como obligatoria la circuncisión, así como la observancia de la ley de Moisés.


¡Pues no creo valer menos yo que esos superapóstoles!


Si he hablado como un insensato, vosotros me forzasteis a ello. En realidad, os correspondía a vosotros dar la cara por mí, pues aunque no soy nada, en nada soy inferior a esos superapóstoles.


Así que en adelante a nadie valoramos con criterios humanos. Y si en algún tiempo valoramos a Cristo con esos criterios, ahora ya no.


Tres años más tarde, fui a Jerusalén para conocer a Pedro y estuve con él quince días.


Viendo, pues, que su proceder no se ajustaba a la verdad del evangelio, eché en cara a Pedro delante de todos: «Tú, que eres judío, te has comportado como si no lo fueras adaptándote a los no judíos; ¿cómo quieres ahora obligar a los no judíos a comportarse como judíos?».


Mas ni por un instante me doblegué a sus pretensiones; era preciso que la verdad del evangelio se mantuviera intacta entre vosotros.


Al contrario, ellos vieron que Dios me había confiado la misión de proclamar el evangelio a los no judíos, así como a Pedro le había confiado la de proclamarlo a los judíos.


Así que Santiago, Pedro y Juan, considerados como columnas de la Iglesia, reconocieron que Dios me había confiado esta misión, y nos tendieron la mano a Bernabé y a mí en señal de acuerdo: ellos irían a los judíos y nosotros a los no judíos.


Reprende públicamente a los que pequen. Así escarmentarán los demás.


Todos, en efecto, pecamos con frecuencia. Ahora bien, quien no sufre ningún desliz al hablar, es persona cabal, capaz de mantener a raya todo su cuerpo.


Queridos hermanos, ardía yo en deseos de escribiros acerca de un asunto que a todos nos concierne: el de nuestra salvación. Pero ahora debo hacerlo forzado por las circunstancias, pues es preciso alentaros a combatir en defensa de la fe confiada a los creyentes de una vez por todas.


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