10 Ese día —así dice Dios— gritarán pidiendo ayuda en la Puerta del Pescado; un gran clamor se escuchará en el Segundo Barrio y lamentos en las colinas.
10 Y habrá en aquel día, dice Jehová, voz de clamor desde la puerta del Pescado, y aullido desde la segunda puerta, y gran quebrantamiento desde los collados.
10 »En ese día —dice el Señor— vendrá un grito de alarma desde la puerta del Pescado y el eco resonará por todo el Barrio Nuevo de la ciudad. Un gran estrépito se oirá desde las colinas.
10 Ese día, lo asegura Yavé, un tremendo clamor saldrá de la Puerta del Pescado; aullidos de la ciudad nueva, y un ruido espantoso de los cerros vecinos.
Pero David dijo a sus hombres: —Si queréis derrotar a los jebuseos entrad por el canal del agua. En cuanto a los ciegos y a los cojos de que hablan, son mis mayores enemigos. De ahí viene el dicho: «Ni los ciegos ni los cojos podrán entrar en el Templo de Dios». Así fue como David conquistó la fortaleza de Sion, a la que llamó «Ciudad de David» y en la que se quedó a vivir. Más tarde construyó alrededor de la ciudad una muralla que iba desde la rampa hasta el palacio.
Entonces ellos fueron a ver a la profetisa Juldá, que vivía en el Barrio Nuevo de Jerusalén. Juldá era la mujer de Salún, hijo de Ticvá y nieto de Jarjás. Salún era el encargado de cuidar la ropa del rey. Al exponer a Juldá el asunto,
El día dos del mes de Ziv, cuando ya llevaba cuatro años reinando, Salomón dio la orden para que empezaran a construir el Templo de Dios en Jerusalén. Lo construyeron en el lugar que David había elegido, es decir, en el terreno de Ornán el jebuseo, que está en el monte Moria, lugar donde Dios se había aparecido a David.
Así fue como Dios libró a Ezequías y a los habitantes de Jerusalén del poder de Senaquerib, rey de Asiria. También los libró del poder de todos sus enemigos, y les permitió vivir en paz con los pueblos vecinos.
Después de esto, Manasés reconstruyó la muralla exterior de la ciudad de David. La muralla empezaba al oeste de la fuente de Guijón, pasaba por el valle y llegaba hasta la puerta del Pescado; finalmente rodeaba la colina del Ófel. Luego puso a los jefes de su ejército en todas las ciudades de Judá que tenían murallas.
Ellos fueron a ver a la profetisa Juldá, que vivía en el Barrio Nuevo de Jerusalén. Juldá era la mujer de Salún, hijo de Ticvá y nieto de Jarjás. Salún era el encargado de cuidar la ropa del rey. Cuando le contaron todo lo sucedido,
pasando por la Puerta de Efraín, la Puerta de Jesaná, la del Pescado, la Torre de Jananel y la Torre de los Cien, hasta la Puerta de las Ovejas. Nos detuvimos en la Puerta de la Guardia.
Durante más de año y medio la tuvieron rodeada, y finalmente pudieron abrirse paso a través de un hueco en la muralla de la ciudad. Por ese hueco pasaron todos los generales del rey de Babilonia y fueron a instalarse en la entrada principal. Los generales eran: Nergal Saréser, Samgar Nebó, Sarsequím, que era un alto oficial, otro Nergal Saréser, que también era un alto funcionario, y todos los otros generales del rey de Babilonia. Esto ocurrió el día nueve del cuarto mes, el mes de Tamuz, del año once del reinado de Sedecías.
Escucho gritos de dolor. ¿Será acaso una mujer dando a luz por primera vez? No, no es eso; son los gritos de Jerusalén que pide ayuda entre gemidos y exclama con los brazos extendidos: ¡Ay de mí, que he caído en manos de asesinos!
Los cuerpos de sus muertos quedarán tirados junto a sus ídolos. Habrá muertos por todas partes: alrededor de los altares, en las colinas y en las montañas, y aun debajo de cualquier árbol; en todas partes donde ofrecieron incienso a los ídolos.
Está cerca el día en que convertiré en lamentos los cantos de palacio. Ese día habrá tantos cadáveres que los arrojarán silenciosamente en cualquier parte. Así os lo aseguro yo mismo que soy el Dios todopoderoso.