En el año octavo de su reinado, siendo aun joven, el rey Josías empezó a consultar al Dios de su antepasado David. Cuatro años después, comenzó a quitar los santuarios locales de las colinas y los altares en los que el pueblo daba culto al dios Baal. También quitó las imágenes de la diosa Astarté, las imágenes y los ídolos que había en Jerusalén y por todo el territorio de Judá. Josías ordenó que lo destruyeran todo hasta convertirlo en polvo, y que luego esparcieran el polvo sobre las tumbas de quienes habían ofrecido sacrificios en honor de esos ídolos. Después mandó quemar los huesos de los sacerdotes idólatras sobre los mismos altares que ellos habían utilizado. Fue así como Judá y Jerusalén quedaron purificadas.