También nos dijiste que no debíamos permitir que nuestras hijas se casaran con hombres de esos pueblos, ni que las hijas de ellos se casaran con nuestros hijos; y que tampoco debíamos ayudar a esa gente a tener paz y bienestar. De esa manera seríamos fuertes, disfrutaríamos de todo lo bueno de este territorio y después se lo dejaríamos a nuestros hijos y nietos como herencia para siempre.
Ni antes cuando era joven, ni ahora que ya soy viejo, he visto jamás gente honrada viviendo en la miseria, ni tampoco que sus hijos anden pidiendo pan.
Cuando alguien agrada a Dios recibe de él sabiduría y conocimientos, y lo hace estar alegre; en cambio, Dios hace que el pecador trabaje y amontone muchos bienes, para luego dárselo todo a quien él quiere. ¡Pues tampoco esto tiene sentido! ¡Es como querer atrapar el viento!