Cuando el rey regresó del jardín y entró a la sala, vio que Amán estaba recostado sobre el sofá donde se encontraba Ester. Entonces el rey exclamó: —¡Solo eso me faltaba! ¡Que le faltes al respeto a mi mujer ante mis ojos y en mi propia casa! Cuando los guardias oyeron los gritos del rey, entraron y le cubrieron la cara a Amán. Uno de los guardias, llamado Jarboná, dijo: —En la casa de Amán hay una horca de veintidós metros de alto. Él la preparó para Mardoqueo, el judío que le salvó la vida al rey.