1 Dios continuó diciendo: Yo quiero salvar a mi pueblo, pero, cada vez que lo intento, solo descubro pecados en Israel y crímenes en Samaría, su capital. Todos son mentirosos y ladrones; entran a robar en las casas y en plena calle cometen asaltos.
1 Mientras curaba yo a Israel, se descubrió la iniquidad de Efraín, y las maldades de Samaria; porque hicieron engaño; y entra el ladrón, y el salteador despoja por fuera.
1 El pecado de Efraím y la malicia de Samaria han quedado de manifiesto, pues no actuaron con sinceridad. En la casa entra el ladrón, en los caminos asalta la pandilla.
1 Cuando Yo quería sanar a Israel, se descubrió la iniquidad de Efraín Y las maldades° de Samaria. Porque obran con engaño: El ladrón se mete por dentro, y la pandilla despoja por afuera.
1 cuando yo quería curar a Israel, se reveló la iniquidad de Efraín y la maldad de Samaría: pues cometen fraudes, el ladrón entra en la casa y en la calle saquean los bandidos.
¡Qué mal le va a ir a Samaría, orgullo y corona del Reino del Norte! ¡Qué mal les va a ir a sus habitantes que se portan como borrachos y presumen de tener como capital a una flor ya marchita que domina el fértil valle donde viven esos borrachos! Asiria es un pueblo poderoso; Dios lo tiene preparado como una tormenta de granizo, como lluvia torrencial y destructora, como una terrible inundación. Con su poder y su fuerza, Asiria abatirá a Samaría en la que esos borrachos del Reino del Norte han puesto todo su orgullo;
Tu hermana mayor es la ciudad de Samaría, que está al norte, y sus descendientes son los pueblos que la rodean. Tu hermana menor es la ciudad de Sodoma, que está al sur, y sus descendientes son también los pueblos que la rodean. Pero te aseguro que no solo te has portado igual que Sodoma imitando su odiosa conducta, sino que has acabado siendo peor que ella.
Tú, Jerusalén, eres como una olla oxidada. Tienes tan pegado tu pecado, que aunque quise limpiarte no has quedado limpia. Solo quedarás limpia después de que te haya castigado.
Los habitantes de Samaría se sienten orgullosos del toro que adoran en Bet-Avén. Pero vendrá el ejército asirio y se llevará ese ídolo a su país como un regalo para su rey. Por eso los israelitas, junto con sus sacerdotes, sienten temor y se lamentan por perder ese ídolo ahora que es llevado al destierro.
Israelitas, yo no puedo abandonaros. No sería capaz de hacerlo. No podría destruiros, como destruí a la gente malvada de Adamá y Seboín. ¡Mi gran amor por vosotros no me lo permite!
Los de Israel son cada vez más mentirosos y violentos. Hacen pactos con Asiria, y envían regalos a Egipto; se alimentan del aire y corren todo el día tras el viento.
¡Escuchadme, sacerdotes! ¡Atiéndeme, pueblo de Israel! ¡Presta atención, casa del rey! Yo os voy a juzgar y a castigar porque habéis engañado a mi pueblo. Habéis hecho a Israel aún más rebelde y le habéis obligado a adorar a otros dioses en los santuarios de Mispá y del Tabor.
Pero Dios respondió: Habitantes de Israel y de Judá: ¿qué voy a hacer con vosotros?, ¿cómo debo trataros? Decís que me amáis, pero vuestro amor es como la niebla y como el rocío de la mañana: ¡muy pronto desaparece!
¡Qué mal les va a ir por haberme abandonado! ¡Terribles cosas vendrán sobre ellos porque se han rebelado contra mí! Yo estoy dispuesto a salvarlos, pero ellos solo me dicen mentiras.
Habitantes de Samaría, estoy enfurecido con vosotros porque adoráis a un toro de metal. ¡Es tan solo un dios falso que vosotros mismos habéis hecho! Pero yo lo haré pedazos.
Dad a conocer esto en los palacios de Asdod y en los palacios de Egipto. Decid a la gente que se reúna en los montes de Samaría. Que vea el desorden y la violencia que hay en esa ciudad.
Puesto que os habéis portado tan mal como Omrí, rey de Israel, y habéis seguido el mal ejemplo de la familia del rey Ajab, voy a destruiros y hacer que la gente os humille y se burle de vosotros.
¡Habitantes de Jerusalén, que matáis a los profetas y a los mensajeros que Dios os envía. Muchas veces he querido protegeros, como la gallina que cuida a sus pollitos debajo de sus alas, pero no me habéis dejado.
¡Habitantes de Jerusalén, que matáis a los profetas y a los mensajeros que Dios os envía! Muchas veces he querido protegeros, como la gallina que cuida a sus pollitos debajo de sus alas, pero no me habéis dejado.