2 A mi hermano Jananí lo nombré gobernador de Jerusalén; a Jananías lo nombré comandante de la fortaleza de Jerusalén, porque mi confianza en su lealtad era total y además respetaba a Dios más que otras personas.
2 A mi hermano Hananí le entregué la responsabilidad de gobernar Jerusalén junto con Hananías, el comandante de la fortaleza, porque era un hombre fiel que temía a Dios más que la mayoría.
2 Le encargué entonces a mi hermano Janani la administración de Jerusalén y entregué el mando de la fortaleza a Jananías, porque era un hombre de confianza que temía a Dios mucho más que los demás.
2 Entonces puse al frente de Jerusalem a mi hermano Hanani, y a Hananías, jefe de la ciudadela, pues era un hombre leal y temía a Ha-’Elohim más que muchos.
2 Puse al frente de Jerusalén a mi hermano Jananí; y como jefe de la ciudadela, a Jananías, porque era un hombre más fiel y más temeroso de Dios que muchos.
Pasado ese tiempo, les dijo: —Yo creo en Dios. Si vosotros realmente sois gente honrada y queréis seguir con vida, haced lo siguiente: dejad aquí a uno de vosotros e id los demás a llevar el trigo a vuestros familiares, pues deben estar muriéndose de hambre. Pero tenéis que traerme a vuestro hermano menor. Así veré si es cierto lo que decís y no moriréis. Ellos aceptaron lo que José les propuso,
En ese momento llegó allí mi compatriota Jananí con unos hombres que venían de Judá. Cuando les pregunté cómo estaba la ciudad de Jerusalén y cómo estaban los judíos que no fueron llevados prisioneros a Babilonia,
Después puse al sacerdote Selemías, al secretario Sadoc y al ayudante Pedaías como encargados de los almacenes, y nombré como ayudante de ellos a Janán hijo de Zacur, nieto de Matanías. Eran hombres de confianza, y se encargarían de hacer una buena distribución de las provisiones entre sus compañeros.
También le pedí una carta para Asaf, que era el encargado de cuidar los bosques del rey. Asaf debía entregarme madera para las puertas de la torre, que estaba cerca del Templo de Dios, y también para las murallas de la ciudad y para mi casa. El rey me dio todo lo que le pedí, porque la bondad de Dios estaba de mi parte.
Los que habían gobernado antes que yo se portaron mal con el pueblo, porque cobraban cuarenta monedas de plata al día por comida y vino. También sus empleados se portaron mal, pero yo no me porté de la misma manera porque amo y respeto a Dios.
Les dije que no debían abrirse las puertas de la ciudad antes de la salida del sol, y que debían cerrarse asegurándolas bien, antes de que los guardias se retiraran. Además, les ordené que nombraran vigilantes de entre los que vivían en Jerusalén, unos para los puestos oficiales de vigilancia y otros para vigilar sus propias casas.
Para que puedas hacerlo, debes elegir entre los israelitas a gente que pueda ayudarte. Busca gente capaz y fiel a Dios, hombres honrados que no favorezcan a nadie a cambio de dinero. A unos dales autoridad sobre grupos de mil personas, a otros sobre grupos de cien, a otros sobre cincuenta y a otros sobre diez.
¿Quién es un criado responsable y atento? Es aquel a quien el amo pone al cargo de todos los demás sirvientes para que tengan preparada la comida a su debido tiempo.
El hombre le dijo: «¡Excelente! Eres un empleado bueno y se puede confiar en ti. Ya que has administrado bien lo poco que te di, ahora voy a encargarte cosas más importantes. Vamos a celebrarlo».
Tú has oído lo que les he enseñado a muchas personas. Ahora quiero que enseñes eso mismo a cristianos en los que puedas confiar y que sean capaces de enseñar a otros.