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Miqueas 2:4 - Biblia Lenguaje Básico

4 Cuando llegue ese día, la gente se burlará de vosotros y, a modo de lamento, os cantará esta canción: «¡Os han dejado en la ruina! ¡Antes erais la propiedad de Dios, pero ahora los invasores os han arrebatado los campos y se los han repartido entre ellos!».

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Biblia Reina Valera 1960

4 En aquel tiempo levantarán sobre vosotros refrán, y se hará endecha de lamentación, diciendo: Del todo fuimos destruidos; él ha cambiado la porción de mi pueblo. ¡Cómo nos quitó nuestros campos! Los dio y los repartió a otros.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

4 En aquel día sus enemigos se burlarán de ustedes cuando entonen esta canción de lamento acerca de ustedes: «¡Estamos acabados, totalmente arruinados! Dios confiscó la tierra, nos la ha quitado. Dio nuestros campos a los que nos traicionaron».

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Biblia Católica (Latinoamericana)

4 Cuando llegue aquel día, otros se burlarán de ustedes y les cantarán la canción: 'Hemos sido saqueados; han repartido nuestras tierras. ¿Quién echará al opresor que se adueñó de mis campos?'

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La Biblia Textual 3a Edicion

4 Aquel día entonarán refrán sobre vosotros, Amargos lamentos que dirán: ¡Cómo fuimos despojados! ¡Cómo me la ha quitado! Él ha trocado la porción de mi pueblo: Al infiel ha repartido nuestros campos.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

4 En aquel día se hará a costa vuestra un proverbio y se entonará un lamento, un lamento que dice: '¡Estamos totalmente arruinados! ¡La porción de mi pueblo ha sido entregada! ¡Cómo arrebatan lo que es mío! ¡Entre los enemigos distribuyen nuestros campos!''.

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Miqueas 2:4
35 Referans Kwoze  

David entonó un canto de tristeza por la muerte de Saúl y Jonatán,


Jeremías compuso un canto que expresaba su gran tristeza por la muerte de Josías. Y todavía hoy, cuando esto se escribe, los cantores y cantoras recuerdan a Josías en sus cantos de lamento que han llegado a coleccionarse como cantos tradicionales en Israel.


Job volvió a tomar la palabra y dijo:


Entonces nos burlaremos del rey de Babilonia y le cantaremos este poema: «¡Qué mal que te fue, tirano! ¡Mira en qué terminó tu orgullo!


¡El país quedará totalmente arruinado! El Dios de Israel asegura que así lo hará.


Entonces le pregunté: —Dios mío, ¿cuánto tiempo durará esta situación? Dios me respondió: —Hasta que todas las ciudades sean destruidas y se queden sin habitantes; hasta que en las casas no haya más gente y los campos queden desiertos;


Salgo al campo y solo veo los cuerpos de los que han muerto en la guerra; entro en la ciudad y solo veo el desastre que ha causado el hambre. ¡Pero ni profetas ni sacerdotes parecen entender lo que pasa!


«¡Mirad cómo avanza el enemigo! ¡Parece el nubarrón de una tormenta! Sus carros de guerra y sus caballos son más veloces que las águilas; ¡hasta parecen un huracán! ¿Qué será de nosotros? ¡No tenemos escapatoria!».


Yo voy a castigar a todos los que viven en Judá. Sus casas, campos y mujeres pasarán a manos de otros. Soy yo, Dios, quien lo asegura.


Por eso daré a otros sus mujeres y entregaré sus campos a conquistadores. Y es que todos desean lo que no es suyo, desde el más pequeño hasta el más grande. Ya no se puede confiar ni en el profeta ni en el sacerdote.


Destruiré las ciudades de Judá y las dejaré deshabitadas. Dejaré la ciudad de Jerusalén hecha un montón de ruinas. ¡En ese lugar vivirán solo los perros salvajes!


Es el Dios todopoderoso quien nos dice que llamemos a las mujeres que se contratan para llorar por los muertos. Debemos buscar a las más expertas y pedirles que vengan enseguida y nos entonen lamentos para que nuestros ojos se llenen de lágrimas y por nuestras mejillas corra el llanto.


La gente dirá que en ti se cumple el refrán: «De tal madre, tal hija»:


Comenzó a abrir el libro delante de mis ojos y pude ver que contenía mensajes de luto, de dolor y de amenaza.


Vosotros, sacerdotes, los que servís a Dios en el altar, poneos ropa de luto y pasad la noche llorando, pues ya nadie trae al Templo ofrendas de vino y de cereales.


La gente llora desconsolada, como llora una joven esposa a quien se le ha muerto su marido.


Pueblo de Israel, escuchad este triste canto que entono por vosotros: Ya podéis daros por muertos. Quedaréis tendidos en el suelo y no volveréis a levantaros; seréis como una jovencita muerta que no volverá a la vida. No os irá bien en la guerra. Si de una ciudad salen mil soldados, solo cien volverán con vida; si de un pueblo salen cien soldados, solo diez volverán con vida. Si queréis seguir viviendo, debéis acudir a mí.


Porque esto dice Dios: Contra vosotros, habitantes de Maresá, voy a enviar un conquistador, y aun los israelitas más valientes huirán hasta la cueva de Adulán.


Entonces yo dije: Samaría y mi pueblo Judá han sido heridos de muerte. La muerte también amenaza a Jerusalén, capital de Judá. Por eso lloro y estoy triste; por eso ando desnudo y descalzo; por eso chillo como avestruz, por eso lanzo aullidos como chacal.


Poneos en camino y marchad de aquí pues habéis hecho de este lugar un lugar de terrible corrupción. ¡Por eso voy a destruirlo!


Pero un día serán humillados. Todos se burlarán de ellos y les cantarán esta canción: «¡Qué mal te va a ir, nación opresora! Te has hecho rica con lo que no es tuyo y te has apropiado de las cosas prestadas».


Así dice Dios: Voy a destruir por completo todo lo que hay sobre la tierra. Destruiré a la humanidad entera, y también a los animales, a las aves y a los peces. Haré perecer a todos los malvados. Yo soy el Dios de Israel y cumpliré mi palabra.


Entonces Balaán entonó esta canción: Balac, hijo de Sipor, ¡levántate y escúchame bien!


Allí Balaán entonó esta canción: «Balac, rey de Moab, me ha hecho venir desde Aram, desde los montes de oriente, para maldecir a los israelitas y atraer desgracias sobre los hijos de Jacob.


Entonces Balaán entonó esta canción: «Palabras de Balaán, hijo de Beor, palabras del que todo lo ve con claridad.


y Balaán entonó esta canción: Palabras de Balaán, hijo de Beor, palabras del que todo lo ve con claridad;


Los sacerdotes principales, los maestros de la Ley y los líderes del país se dieron cuenta de que Jesús se refería a ellos con esa parábola, y quisieron arrestarlo. Pero no se atrevieron a hacerlo porque tenían miedo de la gente. Entonces lo dejaron y se fueron.


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