Habitantes de Cafarnaún, ¿creéis que vais a ser elevados hasta el cielo? Pues no, os digo que vais a ser arrojados a lo más profundo del infierno. Si los milagros ocurridos entre vosotros se hubieran hecho entre los habitantes de la ciudad de Sodoma, ellos habrían cambiado su manera de vivir y la ciudad aún existiría.
El oficial romano y los soldados que vigilaban a Jesús sintieron el terremoto y vieron todo lo que pasaba. Temblando de miedo dijeron: —¡Es verdad, este hombre era el Hijo de Dios!
Pero no volvió a su casa de Nazaret, sino que se fue a vivir a Cafarnaún. Este pueblo se encuentra a orillas del lago de Galilea. Allí vivieron las tribus israelitas de Zabulón y de Neftalí.
Pero cuando los soldados lo ataron para azotarlo, Pablo preguntó al capitán de los soldados: —¿Tenéis permiso para azotar a un ciudadano romano, sin saber siquiera si es culpable o inocente?
Pablo llamó entonces a uno de los capitanes romanos, y le dijo: —Este muchacho tiene algo importante que decirle a tu comandante; llevadlo a su presencia.
El comandante llamó a dos de sus capitanes y les dio esta orden: —Preparad a doscientos soldados para viajar a pie, setenta soldados que vayan a caballo, y otros doscientos armados de lanzas. Preparad también un caballo para Pablo. Quiero que a las nueve de la noche salgáis en dirección a la ciudad de Cesarea y que llevéis a Pablo ante el gobernador Félix. Cuidad de que nada malo le pase a Pablo.
De pronto, comenzó a soplar un viento suave que venía del sur. Por eso el capitán y los demás pensaron que podían seguir el viaje, cosa que hicimos bordeando la costa de la isla de Creta.
Pero el capitán no los dejó, porque quería salvar a Pablo. Ordenó que todos los que supieran nadar se tiraran los primeros al agua y llegaran a la playa;
Pedro estaba en Lida, ciudad cercana a Jope. Cuando los seguidores de Jesús que vivían en Jope se enteraron, enseguida enviaron a dos hombres con este mensaje urgente: —Por favor, ven tan pronto como puedas.