Así dice Dios, el libertador, el Santo de Israel: «Has sido despreciado Israel; has sido odiado por otros pueblos y ahora eres esclavo de esos tiranos. Pues yo haré que reyes y príncipes se inclinen y se humillen ante ti cuando te vean, porque yo, el Santo de Israel, te he elegido y cumpliré mi promesa».
Yo presenté mi espalda a quienes me golpeaban, ofrecí mis mejillas a los que me arrancaban la barba; y no me cubrí la cara cuando me escupían y se burlaban de mí.
Todos lo despreciaban y rechazaban. Fue un hombre que sufrió el dolor y experimentó mucho sufrimiento. Todos evitábamos mirarlo; lo despreciamos y no hicimos caso de él.
Fue maltratado y humillado, pero nunca se quejó. Se quedó completamente callado, como las ovejas cuando les cortan la lana, como cordero llevado al matadero.
En cuanto a ti, Belén Efrata, eres un pueblo pequeño entre los pueblos de Judá, pero llegarás a ser muy importante. En ti nacerá un rey de familia muy antigua, que gobernará sobre Israel.
Algunos empezaron a escupir a Jesús. Le tapaban los ojos, le golpeaban y le decían: —¡Adivina quién te ha pegado! También los guardias del Templo le daban bofetadas.