27 Cualquier hombre o mujer, que consulte a los espíritus de los muertos o practique la adivinación, se hará responsable de su acción y será apedreado hasta morir.
27 »Los hombres o las mujeres entre ustedes que actúen como médiums o que consulten a los espíritus de los muertos, deberán morir apedreados. Son culpables de un delito de muerte».
27 El hombre o la mujer que evoque espíritu de muertos, o sea adivino, ha de morir irremisiblemente. Los lapidarán con piedras y su propia sangre recaerá sobre ellos.
Puso la imagen de un ídolo en el Templo de Dios, practicó la hechicería y la brujería, y se hizo amigo de brujos y espiritistas. También hizo quemar a su hijo como un sacrificio en el valle de Ben Hinón. Su comportamiento fue tan malo, que Dios se enfureció con él. Dios había dicho a David y a su hijo Salomón: «Entre todas las tribus de Israel, he elegido a Jerusalén y este Templo como lugar donde se invoque mi nombre para siempre.
que diera a los israelitas las siguientes instrucciones: —Si algún israelita o inmigrante que viva en el país presenta sus hijos como ofrenda al dios Moloc, me ofende gravemente y tendrá que enfrentarse conmigo, pues no ha respetado mi santuario ni mi nombre. Será condenado a muerte, la comunidad lo matará a pedradas y yo lo eliminaré de mi pueblo.
—Como este hombre me ha maldecido, debes sacarlo del campamento para que todos los que oyeron cómo me ofendió pongan las manos sobre su cabeza y lo maten a pedradas.
Un día que íbamos con Pablo al lugar donde se reunían para hacer oración, en el camino nos salió al encuentro una joven esclava que tenía un espíritu de adivinación. De esa manera, los dueños de la muchacha ganaban mucho dinero.
Dicho esto, todos los que vivan en esa ciudad matarán a pedradas a ese hijo rebelde. Así haréis que desaparezca el mal en Israel, y todos, al enterarse, tratarán de no hacer lo mismo.
Los filisteos se reunieron en Sunán, donde acamparon. Saúl reunió a todo el ejército de Israel y acampó en Guilboa. Cuando Saúl vio al ejército filisteo, le dio muchísimo miedo. Entonces consultó a Dios qué debía hacer. Pero Dios no le contestó, ni en sueños, ni por medio de las piedras de la suerte, ni a través de profetas. Saúl no podía recurrir a Samuel para consultar a Dios, porque Samuel ya había muerto. La gente había llorado mucho su muerte y lo habían enterrado en Ramá, el pueblo donde había nacido. Tampoco podía acudir a los adivinos y espiritistas, pues los había expulsado del país. A pesar de ello dijo a sus servidores: —Buscadme a una espiritista a quien pueda consultar. —Hay una en Endor —le dijeron sus ayudantes.