Aquel mismo día envió Dios a David este mensaje por medio del profeta Gad: —Anda y constrúyeme un altar en la era de Arauna, el jebuseo. David obedeció la orden de Dios y fue con sus sirvientes a construir el altar. Cuando Arauna vio que el rey se acercaba, salió y se inclinó ante él tocando el suelo con la frente.
Luego construyó allí un altar para Dios y en él ofreció sacrificios de animales y otras ofrendas. Entonces Dios escuchó sus ruegos, tuvo piedad del país e hizo que cesara la peste en Israel.
Aquel mismo día, el rey dedicó a Dios el patio interior del Templo. Allí ofreció los animales que se quemaban en honor de Dios, las ofrendas de cereales y la grasa de los animales sacrificados como ofrenda de paz. No presentó estas ofrendas en el altar de bronce que está delante del Templo, porque el altar era pequeño y no cabían tantas ofrendas.
Dios elegirá un lugar para vivir entre vosotros, y allí deberéis ir para adorarlo, llevando las ofrendas que quemaréis en su honor. Allí llevaréis también la décima parte de todo lo que ganéis, además de las ofrendas voluntarias, las primeras crías de vuestras vacas y ovejas, y cualquier otra ofrenda que hayáis prometido presentarle.
Entonces todos los israelitas con su ejército volvieron a Betel para lamentarse delante de Dios. Todo el día estuvieron sentados allí sin comer nada, y le ofrecieron a Dios sacrificios y ofrendas de paz.
Entonces Gedeón edificó allí un altar a Dios, y le puso por nombre «Dios es paz». En el momento de escribir este relato, este altar está todavía en Ofrá, ciudad del grupo familiar de Abiecer.
Luego, con piedras labradas, edifica un altar en mi honor en la parte alta de la colina. Toma el toro y ofrécemelo como sacrificio, usando como leña la del árbol sagrado que derribaste.