Algunos años después, Dios quiso ver si Abrahán estaba dispuesto a obedecerle, así que lo llamó y le dijo: —¡Abrahán! Respondió Abrahán: —Aquí estoy. Entonces Dios le dijo: —Toma a Isaac, tu único hijo, a quien tanto amas, dirígete a la región de Moriá, al monte que te voy a enseñar, y ofrécemelo allí en sacrificio.
En cierta ocasión, los líderes de Babilonia enviaron a Ezequías una embajada para averiguar qué era aquello que se contaba sobre un milagro sucedido en el país. Dios dejó que el propio Ezequías atendiera el asunto, pues quería saber si el rey lo respetaba y obedecía.
Moisés pidió ayuda a Dios. Entonces Dios le mostró un arbusto y le ordenó que lo arrojara al agua amarga. Moisés así lo hizo, y al instante el agua se volvió dulce. En ese mismo lugar Dios puso a prueba a los israelitas y además les dio normas de conducta.
No olvidéis tampoco que en pleno desierto os dio de comer pan del cielo, un alimento que vuestros antepasados no conocieron. Tened presente que Dios os envió todas esas pruebas para vuestro bien.
No olvidéis todo lo que os ha ocurrido desde que salisteis de Egipto hasta llegar a este lugar atravesando el desierto. Durante cuarenta años Dios os ha hecho sufrir, para saber si sois sinceros y estáis dispuestos a obedecer sus mandatos.