27 Los de Manasés no pudieron expulsar a los que vivían en Bet-Seán, Tanac, Dor, Jibleán y Meguido, ni tampoco a los de las aldeas vecinas. Así que los cananeos siguieron viviendo allí.
27 Tampoco Manasés arrojó a los de Bet-seán, ni a los de sus aldeas, ni a los de Taanac y sus aldeas, ni a los de Dor y sus aldeas, ni a los habitantes de Ibleam y sus aldeas, ni a los que habitan en Meguido y en sus aldeas; y el cananeo persistía en habitar en aquella tierra.
27 La tribu de Manasés no logró expulsar a la gente que vivía en Bet-sán, Taanac, Dor, Ibleam, Meguido y en todos los asentamientos vecinos, porque los cananeos estaban decididos a quedarse en esa región.
27 Manasés no pudo apoderarse de la ciudad de Bet-Seán ni de sus dependencias, ni tampoco de Tanac, de Dor, de Jibleam y de Meguido; los cananeos se mantuvieron firmes en ese territorio.
27 Pero Manasés no desposeyó a los de Betseán, ni a los de sus aldeas, ni a los de Taanac y a sus aldeas, ni a los habitantes de Dor y a sus aldeas, ni a los habitantes de Ibleam y a sus aldeas, ni a los habitantes de Meguido y a sus aldeas, sino que los cananeos persistieron en habitar en aquella tierra.
27 Tampoco Manasés logró conquistar Betsán y sus aldeas, ni Taanac y sus aldeas, ni a los habitantes de Dor, de Yibleán, de Meguidó y de sus respectivas aldeas, pues los cananeos consiguieron permanecer en esta región.
Cuando el rey de Judá vio lo que había pasado, huyó en dirección a Ben Hagán. Pero Jehú lo persiguió y ordenó a sus soldados: —¡Matadlo también a él! Ocozías iba en su carro subiendo la cuesta de Gur, cerca de Jibleán, cuando fue herido por los soldados de Jehú. Sin embargo, Ocozías logró llegar hasta Meguido, donde murió a causa de la herida.
No hagas pacto alguno con esa gente ni los dejes seguir viviendo contigo, pues de lo contrario te harán pecar contra mí. Tampoco adores a sus dioses, porque, si lo haces, podrías perder la vida.
Pero los de la tribu de Benjamín no pudieron echar a los jebuseos, que vivían en Jerusalén. Por eso, hasta el día en que este relato se escribió, los jebuseos vivieron en Jerusalén, junto con los de Benjamín.
Más tarde, ese hombre se fue al territorio de los hititas y edificó una nueva ciudad, a la cual llamó Luz; y hasta el momento de escribir este relato aún se llama así.
Más tarde, pusieron la armadura de Saúl en el templo de la diosa Astarté y colgaron el cadáver de Saúl en la muralla de Betsán. Al conocer los israelitas que vivían en Jabés de Galaad lo que los filisteos habían hecho con Saúl, un grupo de valientes viajó toda la noche y quitó de la muralla los cadáveres de Saúl y de sus hijos. Regresaron con ellos a Jabés, y allí los quemaron.