Algunos años después, Dios quiso ver si Abrahán estaba dispuesto a obedecerle, así que lo llamó y le dijo: —¡Abrahán! Respondió Abrahán: —Aquí estoy. Entonces Dios le dijo: —Toma a Isaac, tu único hijo, a quien tanto amas, dirígete a la región de Moriá, al monte que te voy a enseñar, y ofrécemelo allí en sacrificio.
En medio de mis sueños mi corazón despertó y alcancé a oír una voz. Era la voz de mi amado, que estaba a la puerta: ¡Déjame pasar —me dice—, hermana mía, amada mía, mi paloma toda perfecta! Tengo la cabeza bañada en rocío y mojados los cabellos por la humedad de la noche.
Pero Jesús le contestó: —Marta, Marta, ¿por qué te preocupas por tantas cosas? Una sola cosa es necesaria. María ha elegido bien y nadie se lo va a quitar.
Un día, a eso de las tres de la tarde, Cornelio tuvo una visión, en la que claramente veía que un ángel de Dios llegaba adonde él estaba y le llamaba por su nombre.
Pero Dios volvió a llamarlo: —¡Samuel, Samuel! Él se levantó y fue de nuevo adonde estaba Elí. —Aquí estoy —le dijo. ¿En qué puedo servirte? Elí le respondió: —Yo no te he llamado, hijo mío. Anda, vuelve a acostarte.