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Jeremías 9:6 - Biblia Lenguaje Básico

6 Por eso yo, el todopoderoso Dios de Israel, digo: Voy a hacer sufrir a mi pueblo, a ver si así cambia; ¿qué más puedo hacer con ellos?

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Plis vèsyon

Biblia Reina Valera 1960

6 Su morada está en medio del engaño; por muy engañadores no quisieron conocerme, dice Jehová.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

6 Amontonan mentira sobre mentira y rechazan por completo reconocerme», dice el Señor.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

6 Por eso, así habla Yavé de los Ejércitos: 'Voy a probarlos en el fuego del crisol, ¿qué otra cosa puedo hacer con la hija de mi pueblo?'

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La Biblia Textual 3a Edicion

6 Tu morada° está en medio del engaño, Y a causa del engaño, se niegan a conocerme, dice YHVH.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

6 Por eso así dice Yahveh Sebaot: 'Aquí estoy: voy a acrisolarlos y probarlos. ¿Qué otra cosa puedo hacer con la hija de mi pueblo?

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Jeremías 9:6
21 Referans Kwoze  

Porque os llamé y me rechazasteis; os tendí la mano y no me hicisteis caso.


Habéis rechazado la sabiduría y no habéis respetado a Dios;


en cuanto a ti, voy a pedirte cuentas, a limpiar toda la basura que hay en ti, a eliminar todo lo que no vale.


El buey y el burro conocen a su dueño y saben quién les da de comer; pero Israel, el pueblo que formé, no entiende.


Cuando yo dicte sentencia y haya castigado a mi pueblo, perdonaré a los habitantes de Jerusalén los crímenes que han cometido.


Sus antepasados se negaron a obedecerme y ellos hacen lo mismo, pues adoran a otros dioses. ¡Ni el pueblo de Israel ni el de Judá han cumplido el pacto que hice con sus antepasados!


Y yo parecía un manso cordero que es llevado al matadero, pues ni idea tenía de sus planes. Mis enemigos decían: «¡Vamos a destruirlo como se derriba a un árbol aunque aún tenga fruto! ¡Vamos a arrancarlo de la tierra de los vivos para que nadie vuelva a recordarlo!».


La gente comenzó a hacer planes en contra de Jeremías. Decían: «Vamos a acusarlo de algún crimen y así haremos que calle para siempre. No hagamos ningún caso a sus palabras, pues nunca nos faltará un sacerdote que nos enseñe la ley, ni un sabio que nos dé consejos, ni un profeta que nos hable de parte de Dios».


La gente me calumnia diciendo: «Solo sabe decir: terror por todas partes». También los oigo cuando dicen: «¡Vamos a denunciarlo!». Hasta mis mejores amigos quieren que yo cometa un error; buscan cómo ponerme una trampa para derrotarme y vengarse de mí.


Vuestras casas parecen jaulas; ¡pero no están llenas de pájaros, sino repletas de cosas robadas! Os habéis hecho ricos y poderosos; estáis gordos y lustrosos,


Pero este pueblo me abandonó y no quiere volver a mí. La gente de Jerusalén insiste en rechazarme; prefiere a los dioses falsos, y no quiere volver a mí, que soy el Dios verdadero.


Israelitas, yo no puedo abandonaros. No sería capaz de hacerlo. No podría destruiros, como destruí a la gente malvada de Adamá y Seboín. ¡Mi gran amor por vosotros no me lo permite!


Mi pueblo no ha querido reconocerme como su Dios, y por eso se está muriendo. ¡Ni los sacerdotes me reconocen! Y puesto que ellos me han rechazado, yo les quitaré su sacerdocio; y, por haber olvidado mis leyes, yo también me olvidaré de sus hijos.


Como no han querido tener en cuenta a Dios, Dios los ha dejado hacer todo lo malo que su mente pervertida los lleva a hacer.


Pensad bien lo que hacéis y no sigáis pecando e ignorando a Dios. Os lo digo para que sintáis vergüenza de ello.


Los hijos de Elí eran unos malvados y no respetaban ni obedecían a Dios. Hacían cosas terribles con las ofrendas que la gente llevaba al santuario. Por ejemplo, la Ley de Dios decía que, al presentar las ofrendas, primero se debía quemar la grasa del animal y luego darle al sacerdote una porción de la carne. Sin embargo, cuando la gente apenas comenzaba a quemar la grasa, venía un sirviente de los hijos de Elí y le decía al que presentaba la ofrenda: —Dame la carne que le toca al sacerdote, para que yo se la prepare. Debo llevarla cruda porque el sacerdote no la quiere ya cocida. A veces alguien contestaba: —Déjame quemar primero la grasa, y luego te llevarás lo que gustes. Pero el sirviente le respondía: —Si no me la das ahora, me la llevaré por la fuerza. Muchas veces el sirviente llegaba con un tenedor, lo metía en la olla donde se estaba cocinando la carne, y todo lo que sacaba era para los hijos de Elí.


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