2-3 Durante más de año y medio la tuvieron rodeada, y finalmente pudieron abrirse paso a través de un hueco en la muralla de la ciudad. Por ese hueco pasaron todos los generales del rey de Babilonia y fueron a instalarse en la entrada principal. Los generales eran: Nergal Saréser, Samgar Nebó, Sarsequím, que era un alto oficial, otro Nergal Saréser, que también era un alto funcionario, y todos los otros generales del rey de Babilonia. Esto ocurrió el día nueve del cuarto mes, el mes de Tamuz, del año once del reinado de Sedecías.
Dios me habló otra vez cuando el rey Sedecías me tenía preso en el patio de la guardia de su palacio. Fue en el tiempo en que el ejército babilonio tenía rodeada la ciudad de Jerusalén. Para entonces Sedecías llevaba diez años reinando en Judá, y Nabucodonosor era rey de Babilonia desde hacía dieciocho años.
Yo haré que los babilonios vuelvan a atacar Jerusalén; se apoderarán de ella y la incendiarán. Las ciudades de Judá quedarán completamente destruidas y nadie las habitará.
La gente de Israel y de Judá me traicionó, y ya no es mi pueblo. ¡Que los invada el enemigo! ¡Que les cause grandes daños! Pero no permitiré que os destruya del todo. Soy yo, Dios, quien lo asegura.
Habían pasado doce años desde que llegamos presos a Babilonia. El día cinco del décimo mes, el mes de Tébet me enteré de que Jerusalén había sido destruida. Uno de los que habían logrado escapar con vida me dio la noticia.
Después de eso toma una plancha de hierro y colócala entre la ciudad y tú, como si la plancha fuera una muralla, y haz como si estuvieras a punto de atacarla. Esto será una señal para los israelitas.
Cuando Jerusalén haya sido conquistada, irás al centro de la ciudad y quemarás allí una tercera parte del pelo. Otra tercera parte la cortarás con una espada y la esparcirás alrededor de la ciudad. La tercera parte restante la arrojarás al viento como señal de que yo los perseguiré para destruirlos.