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Jeremías 25:18 - Biblia Lenguaje Básico

18 También se la di a los habitantes de Jerusalén y de las ciudades de Judá, a sus reyes y a sus autoridades, para destruirlos. Sus ciudades quedaron convertidas en ruinas y hasta el momento en que esto se escribe, son motivo de espanto, de burla y de maldición.

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Biblia Reina Valera 1960

18 a Jerusalén, a las ciudades de Judá y a sus reyes, y a sus príncipes, para ponerlos en ruinas, en escarnio y en burla y en maldición, como hasta hoy;

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Biblia Nueva Traducción Viviente

18 Fui a Jerusalén y a las otras ciudades de Judá, y sus reyes y funcionarios bebieron de la copa. Desde ese día hasta ahora ellos han sido una ruina desolada, un objeto de horror, desprecio y maldición.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

18 (A Jerusalén y a las ciudades de Judá, sus reyes y sus príncipes, para que queden hechos una ruina, un espanto, una payasada, una maldición, como les está ocurriendo ahora.)

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La Biblia Textual 3a Edicion

18 Jerusalem y las ciudades de Judá, sus reyes y sus príncipes, para convertirlos en desolación, en horror, en burla y en maldición, como son hasta hoy.°

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

18 a Jerusalén y a las ciudades de Judá, a sus reyes y a sus príncipes, para hacer de ellos una ruina, una desolación, una rechifla y una maldición, como sucede hoy;

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Jeremías 25:18
27 Referans Kwoze  

Dios de Israel, hoy has cumplido una de tus promesas a mi padre. Ahora cumple también la promesa que le hiciste de que siempre sus descendientes reinarían en Israel si seguían su ejemplo.


«He visto tu arrepentimiento y tu humilde actitud al escuchar la desgracia que he anunciado contra este lugar y sus habitantes, una desgracia que será terrible. He visto que has rasgado tu ropa y has llorado ante mí. Pues bien, yo también te he escuchado —te doy mi palabra—


Por eso Dios castigó a los habitantes de Judá y de Jerusalén. Fue tan terrible el castigo, que no salíamos de nuestro asombro.


Hemos estado pecando gravemente desde hace mucho tiempo. Por causa de nuestra maldad todos nosotros, incluyendo a nuestros reyes y sacerdotes, hemos sido entregados al poder de los reyes de otros países. Hasta hoy nuestros enemigos nos han herido, robado, humillado y convertido en esclavos.


Dios mío, mira en qué situación nos encontramos. Ahora somos esclavos en la tierra misma que diste a nuestros antepasados para que la disfrutaran.


¡Dios mío, te has enfurecido y te has alejado de nosotros! Incluso nos has destruido; ¿por qué no vuelves ahora a recibirnos?


Dios hace que los poderosos de este mundo desaparezcan como plantas tiernas y sin raíces. ¡Esas plantas se marchitan y se las lleva el huracán!


A mis seguidores les daré un nombre hermoso; en cambio, vuestro nombre se usará para maldecir a otros.


Desde hoy tendrás poder sobre reinos y naciones, para arrancar y arrasar, para destruir y derribar, pero también para reconstruir y plantar.


Entonces Dios volvió a decirme:


—Así como se ha podrido el cinturón, así también haré que se pudran el reino de Judá y su capital Jerusalén. Es gente muy terca, orgullosa y malvada; no quieren obedecerme, y para colmo adoran a otros dioses. ¡Pero quedarán como este cinturón, que no sirve para nada!


Tan grande será mi castigo que, al verlo, todos los reinos de la tierra temblarán de miedo. La gente de los países por donde yo los disperse se burlará de ellos, los insultará, los tratará con desprecio e incluso los maldecirá.


Todo este país quedará convertido en un montón de ruinas, en pura desolación. Y durante setenta años todos quedarán bajo el dominio del rey de Babilonia.


voy a enviar contra vosotros a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y a todos los pueblos del norte. Ese rey está a mi servicio, así que lo enviaré contra esta nación y sus habitantes, y contra los pueblos de alrededor. Voy a destruirlos por completo; voy a convertirlos en un montón de ruinas, en objeto de horror y de burla. Soy yo, Dios, quien lo asegura.


yo destruiré el Templo de Jerusalén lo mismo que destruí el santuario de Siló, y esta ciudad será objeto de burla y de maldición.


Pero llegó el momento en que Dios ya no pudo aguantar más vuestra mala conducta ni las cosas odiosas que hacíais. Por eso vuestro país ha quedado convertido en un desierto horrible, en un montón de ruinas donde nadie vive, en objeto de horror y de maldición para todos sus vecinos. ¡Y esto es así hasta el momento presente!


No habrá en ninguna parte ciudades más destruidas que las ciudades egipcias.


Por eso prenderé fuego a las ciudades de Judá, un fuego que devorará los palacios de Jerusalén.


Puesto que os habéis portado tan mal como Omrí, rey de Israel, y habéis seguido el mal ejemplo de la familia del rey Ajab, voy a destruiros y hacer que la gente os humille y se burle de vosotros.


No toquéis nada de lo que hay que destruir. Si lo hacéis, causaréis una terrible destrucción en nuestro campamento.


Porque ha llegado ya el momento de que Dios juzgue a todos y de que empiece por juzgar a su propio pueblo. Y si el juicio va a empezar por nosotros, ¡imaginaos lo que les espera a los que no obedecen el mensaje de Dios!


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