Vosotros os habéis portado conmigo como lo hacen los comerciantes de las ciudades de Temá y Sabá. Salen con sus caravanas y, al cruzar el desierto, se desvían de su rumbo buscando el cauce de los ríos; pero al llegar junto a ellos se quedan confundidos y frustrados. Lo mismo os sucede a vosotros: habéis visto algo espantoso y os habéis asustado.
Dios mío, ¡ten compasión de mí! No me reprendas cuando estés airado ni me castigues cuando estés furioso, porque ya no me quedan fuerzas. Devuélveme la salud, pues todo el cuerpo me tiembla.
Yo estoy contigo para salvarte: destruiré a todas las naciones por las que te he dispersado. Pero a ti no te destruiré, aunque sí te daré el castigo que mereces. Soy yo, Dios, quien lo asegura.
¡Dios mío, he oído tu mensaje y sé bien todo lo que has hecho; por eso tiemblo en tu presencia! Déjanos ver en nuestros días tus grandes hechos de otros tiempos; si te enfadas con nosotros, no dejes de tenernos compasión.