5-6 Han sido tan rebeldes, y los he castigado tanto, que ya no les queda un lugar sano: de pies a cabeza están cubiertos de heridas. Nadie se las ha curado ni vendado, nadie ha calmado sus dolores con aceite. ¡Se han quedado sin fuerzas!
El rey envió por tercera vez a otro capitán con cincuenta soldados. Pero este capitán subió adonde estaba Elías, se arrodilló delante de él y le rogó: —Profeta, ya sé que los soldados que vinieron antes de mí murieron consumidos por el fuego que cayó del cielo. Te suplico que respetes mi vida y la de estos siervos tuyos y no nos hagas morir.
Sus gobernantes son rebeldes y amigos de bandidos. A cambio de dinero y regalos declaran culpable al inocente. Maltratan al huérfano y niegan ayuda a las viudas.
Nadie puede cambiar el color de su piel, ni puede el leopardo quitarse sus manchas; ¡pues tampoco vosotros podéis hacer lo bueno, acostumbrados como estáis a hacer lo malo!
Entonces todos los judíos que vivían en Egipto, en la región de Patros, y que sabían que sus mujeres rendían culto a otros dioses, reunidos en una gran asamblea con todas las mujeres presentes respondieron a Jeremías:
Pues bien, Dios de Israel, yo sé que tú buscas gente honesta; pero este pueblo es muy terco, es más duro que una roca y no ha querido arrepentirse. Por eso lo has castigado, pero parece que no le dolió; y aunque lo has aplastado, no ha querido hacerte caso.
Nadie confía en nadie, ni siquiera en su propio hermano, porque nadie dice la verdad. Todos desconfían de todos, porque entre hermanos se engañan y hasta entre amigos se mienten. ¡Están acostumbrados a mentir, y no se cansan de pecar! Es un pueblo que se niega a reconocerme como su Dios. Soy yo, Dios, quien lo asegura.
Tú, Jerusalén, eres como una olla oxidada. Tienes tan pegado tu pecado, que aunque quise limpiarte no has quedado limpia. Solo quedarás limpia después de que te haya castigado.
Yo cuidaré de mi pueblo como cuida un buen pastor a sus ovejas. Mi pueblo anda perdido, pero yo lo buscaré. Se ha apartado del camino, pero yo lo haré volver. Anda herido, pero yo vendaré sus heridas. Está débil, pero yo le daré fuerzas. Y aun cuando esté gordo y fuerte, cuidaré de él.
No ayudáis a las ovejas débiles ni curáis a las ovejas enfermas ni ponéis vendas a las ovejas heridas. Tampoco buscáis a las ovejas que se pierden ni tratáis de encontrar a las que se apartan del camino, sino que las golpeáis y las maltratáis.