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Génesis 49:10 - Biblia Lenguaje Básico

10 Judá tendrá siempre en sus manos el cetro y el bastón de mando, hasta que llegue aquel a quien verdaderamente deben los pueblos obediencia.

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Biblia Reina Valera 1960

10 No será quitado el cetro de Judá, Ni el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Siloh; Y a él se congregarán los pueblos.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

10 El cetro no se apartará de Judá, ni la vara de mando de sus descendientes, hasta que venga aquel a quien le pertenece, aquel a quien todas las naciones honrarán.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

10 El cetro no será arrebatado de Judá ni el bastón de mando de entre sus piernas hasta que venga aquel a quien le pertenece y a quien obedecerán los pueblos.

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La Biblia Textual 3a Edicion

10 No será quitado el cetro de Judá, Ni el legislador de entre sus pies, Hasta que llegue Siloh,° Y sea suya la obediencia de los pueblos.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

10 No se apartará de Judá el cetro, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que se le ofrezca el tributo y los pueblos le obedezcan.

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Génesis 49:10
58 Referans Kwoze  

Él será quien me construya una casa, y haré que su reino dure para siempre.


Además, yo haré que tu reino sea firme y que tus hijos se mantengan por siempre en el trono».


Cuando Saúl murió, y David ya reinaba sobre Judá en Hebrón, todas las tribus de Israel pidieron a David que fuera su rey. Por eso, todos los hombres entrenados para la guerra se reunieron en Hebrón con la firme decisión de reconocer a David como rey de todo Israel, según lo había ordenado Dios. Este fue el número total de esos hombres: De la tribu de Judá: seis mil ochocientos, con escudos y lanzas. De la tribu de Simeón: siete mil cien valientes soldados. De la tribu de Leví: cuatro mil seiscientos, además de los tres mil setecientos de la familia de Aarón, cuyo jefe era Joyadá, y de los veintidós jefes de la familia de Sadoc, soldado joven y valiente. De la tribu de Benjamín, tres mil soldados pertenecientes al grupo familiar de Saúl, la mayor parte de los cuales habían estado al servicio de Saúl. De la tribu de Efraín: veinte mil ochocientos soldados reconocidos por su valentía entre sus grupos familiares. De la media tribu de Manasés: dieciocho mil que fueron seleccionados para que proclamaran rey a David. De la tribu de Isacar: doscientos jefes, sin contar los soldados bajo sus órdenes. Estos jefes eran expertos en saber cuándo los israelitas podían entrar en acción. De la tribu de Zabulón: cincuenta mil soldados plenamente equipados y siempre decididos a entrar en combate. De la tribu de Neftalí: mil jefes con treinta y siete mil soldados armados con lanzas y escudos. De la tribu de Dan: veintiocho mil seiscientos soldados listos para la batalla. De la tribu de Aser: cuarenta mil soldados listos para entrar en combate. De las tribus de Rubén y Gad, y de la media tribu de Manasés, que vivían del otro lado del río Jordán: ciento veinte mil soldados bien armados. Además de toda esta gente bien equipada para la guerra, también el resto de los israelitas estuvo de acuerdo en proclamar a David como rey en Hebrón.


Desde tu Templo has declarado: «Cuando yo triunfe, repartiré entre mi pueblo las tierras de Siquén y las del valle de Sucot.


Las tierras de Galaad son mías, como lo son las tribus de José y lo es la tribu de Judá.


sino que eligió a la tribu de Judá y a su amada Jerusalén.


Cuando llegue ese día, subirá al trono un descendiente de David, y juntará a todas las naciones. Su país alcanzará la fama y el poder.


«En el futuro, el monte donde se encuentra el Templo de nuestro Dios estará sólidamente asentado y será el monte más importante. Allí vendrán muchos pueblos


Dios es nuestro juez y nuestro rey, él es quien nos salvará.


¡Mirad a mi siervo, a quien doy mi apoyo, mi elegido en quien me complazco. He puesto en él mi espíritu, y hará justicia entre las naciones.


¡Venid a mí y prestad atención, obedecedme y viviréis! Yo haré un pacto con vosotros para siempre, cumpliré las promesas que hice a David.


Ponte en pie, Jerusalén, porque Dios, que es tu luz, llega hasta ti resplandeciente y su gloria te llena de claridad.


Dios ha dado este mensaje a todos los habitantes de la tierra: Decid a la ciudad de Jerusalén que ha llegado su Salvador y que le trae una gran recompensa.


Él se sentará en el trono de David, y reinará sobre todo el mundo y por siempre habrá paz. Su reino será invencible, y para siempre reinarán la justicia y el derecho. Esto lo hará el Dios todopoderoso por el gran amor que nos tiene.


De entre vosotros saldrá vuestro rey, a quien permitiré estar en mi presencia, sin que por ello arriesgue su vida,


Era la más alta de las vides, sobresalía por encima de otros árboles y eran abundantes sus sarmientos; estos sarmientos eran además tan fuertes que con ellos se podían hacer los cetros para los reyes.


De sus sarmientos brota fuego, y ese fuego consume sus frutos. ¡Ya no tiene sarmientos fuertes para hacer cetros de reyes! Este es un lamento, y como un lamento ha de cantarse.


Y la respuesta será: «Marcha contra Jerusalén». El rey de Babilonia dará la orden de atacar, lanzando el grito de guerra, construyendo terraplenes y torres de asalto, derribando las puertas con los arietes.


Voy a destruir esta ciudad y la dejaré convertida en un montón de escombros. Todo esto pasará cuando llegue el rey de Babilonia a quien he encargado ejecutar la sentencia.


Tú debes entender bien esto: Pasarán siete semanas desde que se dé la orden de reconstruir Jerusalén hasta la llegada del Príncipe elegido. Y pasarán otras sesenta y dos semanas hasta que sean reconstruidas las murallas y las calles de Jerusalén. ¡Serán días de angustia y tristeza!


En cuanto a ti, Belén Efrata, eres un pueblo pequeño entre los pueblos de Judá, pero llegarás a ser muy importante. En ti nacerá un rey de familia muy antigua, que gobernará sobre Israel.


Volverán a cruzar el mar, donde pasaron angustia, pero yo golpearé las olas del mar y secaré por completo el río Nilo. Yo acabaré con el poder de Egipto, y pondré fin al orgullo de Asiria.


Ese pozo lo cavaron los príncipes, con sus varas y sus bastones». Desde el desierto, los israelitas se dirigieron a Mataná,


Lo que estoy viendo, no sucederá enseguida; lo que contemplo, no está cerca. Se trata de un rey que surge en Israel y derrotará al pueblo de Moab, aplastando a todos sus habitantes.


Veo salir de Israel un conquistador que destruye lo que quede de la capital de Edom».


Cuando nazca el niño, lo llamarás Jesús. Él va a salvar a su pueblo del castigo que merece por sus pecados.


Mientras Pedro hablaba, una nube brillante bajó del cielo y los cubrió. Desde la nube se oyó una voz que decía: —Este es mi Hijo, yo lo amo mucho y estoy muy contento con él. Debéis escuchar lo que dice.


Y toda la gente, tanto la que iba delante de él como la que iba detrás, gritaba: «¡Sálvanos, descendiente de David! ¡Bendito tú, que vienes de parte de Dios! ¡Sálvanos, Dios altísimo!».


Gente de todos los países se presentará delante de mí, y apartaré a los malos de los buenos, como el pastor aparta las cabras de las ovejas.


Pero, cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.


Pilato les dijo: —Lleváoslo y juzgadlo de acuerdo con vuestras propias leyes. Los jefes judíos respondieron: —Nosotros no tenemos autoridad para enviar a nadie a la muerte.


A partir de ese momento, Pilato buscó la manera de dejar libre a Jesús, pero la gente seguía gritando: —¡Si dejas libre a ese hombre, no eres amigo del emperador romano! ¡Cualquiera que quiera hacerse rey, es enemigo del emperador!


Pero la gente gritó: —¡Quítalo de en medio! ¡Crucifícalo! Pilato les preguntó: —¿De verdad queréis que mate a vuestro rey? A lo que respondieron los jefes de los sacerdotes: —¡Nosotros no tenemos más rey que el emperador de Roma!


Entonces le dijo: —Vete al estanque de Siloé, —que significa «enviado»— y lávate los ojos. El ciego fue, se lavó y, cuando regresó, ya podía ver.


Y también el profeta Isaías escribió: Un descendiente de Jesé se levantará con poder. Él gobernará a las naciones, y ellas pondrán su esperanza en él.


Porque todos nosotros vamos a tener que presentarnos delante de Cristo, que es nuestro juez. Él juzgará lo que hemos hecho durante nuestra vida mortal, y decidirá si merecemos que nos premie o nos castigue.


El séptimo ángel tocó la trompeta y en el cielo se oyeron fuertes voces que decían: —Nuestro Dios y su Mesías ya gobiernan sobre todo el mundo y reinarán para siempre.


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