Llevaba ya diez años Abrán viviendo en Canaán, y aún su mujer Saray no había podido tener hijos. Pero como ella tenía una esclava egipcia que se llamaba Agar, le propuso a su marido: —Abrán, como Dios no me deja tener hijos, acuéstate con mi esclava y ten relaciones con ella para que por medio de ella yo pueda tener hijos. Abrán estuvo de acuerdo. Entonces Saray tomó a su esclava y se la entregó a su marido.
Entonces el ángel de Dios le dijo: —Es mejor que regreses con tu dueña y te sometas a ella. Yo haré que tengas tantos descendientes, que nadie podrá contarlos.
Entonces Dios le dijo: —¿Por qué has matado a tu hermano? ¡Desde la tierra la sangre de tu hermano exige venganza y me pide que no la deje sin castigo!
Cuando Elías lo escuchó, se tapó la cara con su manto, salió y se quedó a la entrada de la cueva. En ese momento Elías escuchó una voz que le preguntó: —¿Qué estás haciendo aquí, Elías?
Yo le suplico a mi señor y rey que me escuche. Si es Dios quien ha puesto al rey en mi contra, espero que él me perdone y acepte mi ofrenda; pero si todo es cosa de humanos, que Dios los maldiga. Porque me están arrojando de esta tierra de Dios y así me obligan a adorar a otros dioses.