19 ¡Oh mis hijos queridos! Siento como si volviera a sufrir dolores de parto por ustedes, y seguirán hasta que Cristo se forme por completo en sus vidas.
Después de tanto sufrimiento, mi Siervo verá la luz y su conocimiento hará justos a muchos al cargar con sus pecados. Por eso le daré un puesto entre los grandes, un lugar entre los poderosos, ya que no dudó en afrontar la muerte, aceptando ser considerado criminal, para así cargar con las culpas de muchos y poder interceder por los culpables.
Desde el principio, Dios ya sabía a quiénes iba a elegir, y ya había decidido que fueran semejantes a su Hijo, que es el primero entre muchos hermanos.
Ya estoy listo para ir a visitaros por tercera vez, pero tampoco ahora os pediré que me ayudéis con dinero. Me interesáis vosotros, no vuestro dinero. A fin de cuentas, no son los hijos los que deben ahorrar para los padres, sino los padres los que deben ahorrar para los hijos. Y vosotros sois mis hijos.
Así llegaremos a estar todos unidos en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, y seremos plenamente maduros y perfectos como corresponde a creyentes en Cristo.
Dios decidió daros a conocer este plan tan grande y maravilloso para todas las naciones; un plan que consiste en que Cristo viva en vosotros y os dé la esperanza de que vais a compartir la gloria de Dios.
Quiero que sepáis lo mucho que estoy luchando, tanto por vosotros, como por los de la iglesia de Laodicea, también por los que no me conocen personalmente.
Recibid saludos de Epafras, un siervo de Jesucristo que es compatriota vuestro. Siempre ora por vosotros y pide a Dios que sigáis confiando firmemente en Cristo y cumpliendo la voluntad de Dios.
Y, aunque como apóstoles de Cristo, pudimos haberos exigido que nos ayudaseis, nunca lo hicimos. Al contrario, cuando estuvimos con vosotros, os tratamos con mucho cariño y ternura, como una madre que cuida de sus propios hijos.
Cuando Cristo estuvo aquí en el mundo, oró mucho a Dios, y con lágrimas le rogó que lo librara de la muerte, pues Dios tenía poder para hacerlo. Y como Cristo siempre fue obediente, Dios escuchó su oración.