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Éxodo 3:6 - Biblia Lenguaje Básico

6 Yo soy el Dios de tus antepasados; yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Al oír esto, Moisés no se atrevió a mirar a Dios y se tapó la cara.

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Biblia Reina Valera 1960

6 Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

6 Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Cuando Moisés oyó esto, se cubrió el rostro porque tenía miedo de mirar a Dios.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

6 Luego le dijo: 'Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Al instante Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de que su mirada se fijara sobre Dios.

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La Biblia Textual 3a Edicion

6 Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Entonces Moisés ocultó su rostro, porque tuvo temor de contemplar a ’Elohim.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

6 Y añadió: 'Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob'. Entonces Moisés se cubrió el rostro, porque temía fijar su mirada en Dios.

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Éxodo 3:6
42 Referans Kwoze  

Dios dijo a Abrán: —Deja a tu pueblo y a tus familiares, y vete al lugar que te voy a mostrar.


Allí Dios se le apareció y le dijo: —Toda esta región se la daré a tus descendientes. Como Dios se le apareció allí, Abrán le construyó en aquel lugar un altar.


Al oír esto, Abrán se inclinó tocando el suelo con la frente en señal de respeto. Entonces Dios le dijo: —En este pacto que hago contigo, te prometo lo siguiente: De ti nacerán muchas naciones. Por eso ya no vas a llamarte Abrán, sino Abrahán, porque serás el padre de muchas naciones, y muchos de tus descendientes serán reyes.


Allí el mayordomo oró así: —Dios de mi amo Abrahán, te ruego que trates con bondad a mi amo y que hagas que hoy me vaya bien.


Esa misma noche Dios se le apareció y le dijo: —Yo soy el Dios de tu padre Abrahán, y por él te voy a bendecir y aumentaré el número de tus descendientes. No tengas miedo, pues yo estoy contigo, te ayudaré en todo.


Y vio también que Dios estaba de pie en la parte más alta de la escalera, y le decía: —Yo soy el Dios de Abrahán y de Isaac. A ti y a tus descendientes les daré la tierra donde ahora estás acostado.


Y todo asustado añadió: —¡Esta es la casa de Dios! ¡Esta es la puerta del cielo!


Menos mal que el Dios de mi abuelo Abrahán y el de mi padre Isaac me ayudó! Me vio cansado y afligido, y anoche salió en mi defensa delante de ti. Si no lo hubiera hecho, tú me habrías despedido sin nada.


Luego Jacob hizo esta oración: —Dios mío, tú eres el Dios de mi abuelo Abrahán y de mi padre Isaac. Tú me ordenaste regresar a mi tierra, con mis parientes, y me prometiste tu ayuda.


Cuando llegó el momento de ofrecer el sacrificio, el profeta Elías se acercó y suplicó a Dios: —¡Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob! Haz que hoy todos sepan que tú eres el Dios de Israel; que sepan, además, que yo soy tu siervo y que he hecho todo esto porque tú me lo has ordenado.


Cuando Elías lo escuchó, se tapó la cara con su manto, salió y se quedó a la entrada de la cueva. En ese momento Elías escuchó una voz que le preguntó: —¿Qué estás haciendo aquí, Elías?


Nuestros antepasados sufrieron mucho en Egipto, pero tú te fijaste en ellos y escuchaste sus quejas a orillas del mar de los Juncos.


Varias veces le hicieron la misma pregunta, pero él no les hacía caso. Después de unos días, los sirvientes se lo contaron a Amán. Querían ver si Mardoqueo se atrevería a decirle lo que ya les había dicho a ellos; es decir, que no obedecía esa orden porque era judío.


Él te hizo esta promesa a ti que eres el Dios poderoso de Israel:


Yo le dedico este himno, porque él me ampara y me salva. Él es mi Dios; por eso lo alabo. Él es el Dios de mi padre; por eso lo adoro.


Yo viviré entre los israelitas y seré su Dios.


Pero no podrás ver mi rostro, porque cualquiera que vea mi rostro morirá. Ponte sobre la roca y quédate junto a mí.


—Haz esto mismo delante de los jefes de Israel. Cuando ellos vean que la vara se convierte en serpiente, creerán que verdaderamente me has visto a mí, que soy el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.


Cambiaré su manera de ser y de pensar, para que me reconozca como su Dios y me obedezca en todo. Judá será mi pueblo y yo seré su Dios.


Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios.


Entonces obedecerán mis mandamientos y vivirán como les he ordenado que vivan. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.


y lo haré volver a Jerusalén. Será mi pueblo, y yo seré vuestro Dios; seré para ellos un Dios fiel y justo. Así os lo digo yo, el Dios todopoderoso.


Al oír esto, los discípulos se inclinaron hasta tocar el suelo con su frente, y no se atrevían a mirar, porque tenían mucho miedo.


«Yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob». Por tanto, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.


Y en cuanto a si los muertos van a resucitar, podéis leer en las Escrituras la historia de la zarza. Allí, Dios le dijo a Moisés: «Yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob».


Hasta Moisés mismo nos demuestra que los muertos resucitarán. En la historia del arbusto que ardía, Moisés considera al Señor como el Dios de sus antepasados Abrahán, Isaac y Jacob.


Al ver esto, Pedro se arrodilló delante de Jesús y le dijo: —¡Señor, apártate de mí, porque soy un pecador!


«Yo soy el Dios de tus antepasados. Soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob». Moisés se echó a temblar y ya no se atrevió a mirar más.


He visto que mi pueblo en Egipto sufre mucho. Se han quejado ante mí, y yo los he escuchado. Por eso he bajado a librarlos. Ven y escúchame con atención, porque voy a enviarte de regreso a Egipto».


Escuchad, pues, israelitas, estos mandamientos y esforzaos en cumplirlos para que lleguéis a ser un pueblo muy numeroso y tengáis plena felicidad en esta tierra que Dios prometió a vuestros antepasados, una tierra que mana leche y miel, pues siempre hay en ella abundancia de alimentos.


Lo que desean es tener una patria mejor en el cielo. Por eso Dios les ha preparado una ciudad y no tiene vergüenza de que le llamen su Dios.


Tan terrible fue lo que vieron en ese monte, que Moisés mismo dijo: «estoy temblando de miedo».


Al verlo, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí y me dijo: —No tengas miedo. Yo soy el primero y el último.


Entonces Manóaj dijo a su mujer: —Vamos a morir, porque hemos visto a Dios.


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