3 Cuando se conocieron las órdenes del rey en las distintas provincias, los judíos se angustiaron mucho. No comían nada, lloraban amargamente y la mayoría de ellos se acostó sobre ceniza y se puso ropa áspera.
3 Y en cada provincia y lugar donde el mandamiento del rey y su decreto llegaba, tenían los judíos gran luto, ayuno, lloro y lamentación; cilicio y ceniza era la cama de muchos.
3 A medida que la noticia del decreto real llegaba a todas las provincias, había más duelo entre los judíos. Ayunaban, lloraban y se lamentaban, y muchos se vestían con tela áspera y se acostaban sobre ceniza.
3 En las provincias, a medida que fueron llegando la orden y el decreto, sólo se vio entre los judíos duelo, ayuno, lágrimas y lamentaciones; muchos se acostaron en la ceniza cubiertos de saco.
3 Y en cada una de las provincias, dondequiera llegaba la orden del rey y su edicto, hubo gran duelo entre los judíos: ayuno y llanto y lamentaciones, y el saco y la ceniza llegaron a ser cama para muchos.
3 En cada una de las provincias, allí donde llegaban la orden y el decreto del rey, había entre los judíos gran duelo y ayuno y llanto y lamentaciones; y muchos se acostaban sobre sayal y ceniza.
Asuero, el rey de Persia, gobernaba sobre ciento veintisiete provincias que se extendían desde la India hasta Etiopía. La capital de su reino se llamaba Susa. En el tercer año de su reinado, Asuero organizó una gran fiesta para todos los funcionarios y personajes importantes del país. También invitó a los jefes de los ejércitos de Persia y Media, y a las autoridades y gobernadores de las provincias.
El día trece del mes de Abib el rey llamó a sus secretarios para que escribieran las órdenes de Amán y las enviaran a sus asistentes, a los gobernadores de todas las provincias, y a todos los jefes del país. Estos documentos fueron enviados a cada provincia del reino; iban escritos en el idioma propio de cada pueblo, y debidamente firmados y sellados por el rey Asuero. En ellos se ordenaba que el día trece del mes de Adar fuera exterminado por completo el pueblo judío. Ese día se daría muerte a todos los judíos, tanto jóvenes como ancianos, mujeres y niños, y además se les quitarían sus pertenencias.
—Reúne a todos los judíos que se encuentren en Susa, y pídeles que ayunen por mí; que no coman ni beban durante tres días. También mis sirvientas y yo ayunaremos. Después me presentaré ante el rey aunque la ley no lo permita. ¡Y si tengo que morir, moriré!
Cuando las sirvientas y los guardias personales de la reina Ester le contaron lo que pasaba, también ella se angustió profundamente. Entonces le envió ropa a Mardoqueo para que se quitara la ropa áspera, pero él no quiso.
En esa carta, Ester y Mardoqueo señalaban las fechas en que todos los judíos y sus descendientes debían celebrar la fiesta de los Purim, tal como ellos se habían comprometido a hacerlo. También daban instrucciones referentes a los tiempos de ayuno y a la manera de expresar públicamente su dolor.
Ese tipo de ayuno con el que intentáis hacer penitencia no me agrada para nada. Vosotros llamáis "ayuno" y "día agradable a Dios" el agachar la cabeza, como un junco que se dobla y el vestiros de luto acostándoos sobre ceniza.
Sus gritos eran desesperados, lloraban por ti amargamente; se echaron polvo sobre la cabeza y se revolcaron entre la ceniza; por ti se raparon la cabeza, se pusieron ropa de luto y lloraron llenos de amargura, entonando tristes lamentos.
Entonces el rey ordenó a sus sirvientes: «Atadlo de pies y manos, y echadlo fuera, a la oscuridad; allí llorará y le rechinarán de terror los dientes».
Josué y los jefes de los israelitas se acercaron al Arca de Dios, rasgaron su ropa y se echaron ceniza sobre la cabeza para mostrar su gran tristeza. Luego se inclinaron hasta tocar el suelo con su frente, y así permanecieron hasta que anocheció.