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Esdras 5:11 - Biblia Lenguaje Básico

11 nos respondieron lo siguiente: “Nosotros adoramos al Dios todopoderoso, y estamos reconstruyendo el Templo que fue edificado hace muchos años por un gran rey de Israel.

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Biblia Reina Valera 1960

11 Y nos respondieron diciendo así: Nosotros somos siervos del Dios del cielo y de la tierra, y reedificamos la casa que ya muchos años antes había sido edificada, la cual edificó y terminó el gran rey de Israel.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

11 »Ellos dieron la siguiente respuesta: “Nosotros somos siervos del Dios del cielo y de la tierra, y estamos reconstruyendo el templo que, hace muchos años, edificó aquí un gran rey de Israel.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

11 Esta fue la respuesta que nos dieron: Nosotros somos los servidores del Dios del cielo y de la tierra, y reconstruimos el Templo que fue edificado hace muchos años; un gran rey de Israel lo edificó y terminó.

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La Biblia Textual 3a Edicion

11 Y nos respondieron diciendo así: Nosotros somos siervos del Dios de los cielos y de la tierra, y reedificamos la Casa que fue construida hace muchos años, la cual edificó y terminó un gran rey de Israel.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

11 Y ésta es la respuesta que nos han dado: 'Nosotros somos siervos del Dios del cielo y de la tierra, y estamos reconstruyendo el templo que fue edificado hace muchos años, el que un gran rey de Israel construyó y llevó a término'.

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Esdras 5:11
17 Referans Kwoze  

Quiero que me jures por el Dios del cielo y de la tierra, que no permitirás que mi hijo Isaac se case con ninguna mujer de Canaán,


Se terminó de construir según todos los detalles del proyecto original en el año once, en el mes de Bul. Así la construcción del Templo duró siete años.


Salomón tardó veinte años en construir el Templo de Dios y su palacio. Para edificarlos, Jirán, el rey de Tiro, le dio a Salomón toda la madera de cedro y de pino, y todo el oro que quiso. En total, le dio tres mil novecientos sesenta kilos de oro. Por eso, cuando terminó la construcción, Salomón entregó a Jirán veinte ciudades de la región de Galilea. Pero cuando Jirán fue a ver las ciudades que Salomón le había dado, no le gustaron. Así que le dijo: —Yo pensé que eras mi amigo. Estas ciudades que me diste no valen nada. Por eso las llamó «Tierra de Kabul» —es decir, «tierra de nada»—, y ese es el nombre que tiene hasta el momento presente.


En la presencia de reyes hablaré de tus mandamientos y no me sentiré avergonzado.


¡Alabemos al Dios del cielo porque nunca deja de amarnos!


Dicho esto, Nabucodonosor se acercó al horno todo lo que pudo y gritó: —Sadrac, Mesac y Abednegó, servidores del Dios altísimo, ¡salid de ahí! Los tres jóvenes salieron del horno.


Jonás respondió: —Soy hebreo y adoro al Dios soberano y creador de todas las cosas. Lo que está pasando es culpa mía, pues estoy huyendo de él.


Si os declaráis a mi favor delante de los demás, yo también me declararé a vuestro favor ante mi Padre que está en el cielo.


Si os declaráis a mi favor delante de los demás, yo, que soy el Hijo del hombre, me declararé a favor vuestro delante de los ángeles de Dios.


Anoche se me apareció un ángel, enviado por el Dios a quien sirvo y pertenezco.


No me da vergüenza anunciar esta buena noticia. Gracias al poder de Dios, todos los que la escuchan y creen en Jesús son salvos; no importa si son judíos o no lo son.


Sabéis que quien siempre obedece a una persona, llega a ser su esclavo. Nosotros podemos servir al pecado y morir, o bien obedecer a Dios y recibir su perdón.


Yo, en cambio, solo me sentiré orgulloso de haber creído en la muerte en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Gracias a esa muerte, ya no me importa lo que este mundo piense de mí; es como si el mundo hubiera muerto para mí en la cruz y yo hubiera muerto para el mundo.


Pero si no queréis servirle, decidid hoy a quién queréis servir. Tendréis que elegir entre los dioses a quienes vuestros antepasados adoraron en Mesopotamia, y los dioses de los amorreos en cuyo territorio vivís ahora. En cuanto a mi familia y a mí hemos decidido servir a nuestro Dios.


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