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Daniel 9:6 - Biblia Lenguaje Básico

6 Los profetas hablaron de ti a nuestros reyes y a nuestros jefes, y también a nuestros antepasados y a toda la gente del pueblo, pero no les hicimos caso.

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Biblia Reina Valera 1960

6 No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

6 Nos hemos rehusado a escuchar a tus siervos, los profetas, quienes hablaron bajo tu autoridad a nuestros reyes, príncipes, antepasados y a todo el pueblo de la tierra.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

6 No hicimos caso a tus servidores los profetas que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros jefes y a nuestros padres como también a toda la nación.

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La Biblia Textual 3a Edicion

6 No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu Nombre hablaron a nuestros reyes y a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

6 no hemos escuchado a tus siervos los profetas, que hablaron en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo del país.

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Daniel 9:6
29 Referans Kwoze  

Esto sucedió porque los israelitas no obedecieron la ley que Dios les había dado por medio de Moisés, ni fueron fieles al pacto que habían hecho con él.


Dios habló a Manasés y a su pueblo, pero ellos no le hicieron caso.


Hemos estado pecando gravemente desde hace mucho tiempo. Por causa de nuestra maldad todos nosotros, incluyendo a nuestros reyes y sacerdotes, hemos sido entregados al poder de los reyes de otros países. Hasta hoy nuestros enemigos nos han herido, robado, humillado y convertido en esclavos.


Durante muchos años fuiste paciente con ellos. Tu espíritu y tus profetas les advirtieron del castigo, pero ellos no quisieron escuchar; así que los dejaste caer en manos de naciones enemigas.


¡Dios nuestro, qué poderoso eres! ¡Todos tiemblan ante ti! Eres un Dios fiel a los pactos que siempre cumple sus promesas y nunca deja de amarnos. Mira cuánto han sufrido nuestros reyes y nuestros dirigentes, nuestros sacerdotes y profetas, y también nuestros antepasados. Desde el momento en que caímos bajo el poder de los reyes de Asiria hasta este mismo día, tu pueblo no ha dejado de sufrir.


Nuestros reyes y nuestros jefes, nuestros sacerdotes y antepasados, no obedecieron tu ley ni hicieron caso de tus advertencias.


si no escucháis las enseñanzas de mis siervos los profetas a quienes yo os he enviado una y otra vez, pero a los que no habéis querido hacer caso,


—Escucha, Jeremías: Este mensaje que nos has comunicado de parte de Dios no lo vamos a obedecer,


Yo os he hablado muchas veces, pero no habéis querido escucharme; en vez de tener en cuenta mis advertencias, habéis seguido haciendo lo malo. Soy yo, Dios, quien lo asegura.


Pero vuestros antepasados no me obedecieron ni me prestaron atención; al contrario, fueron tercos y actuaron con maldad. Fue así como, en vez de mejorar, empeoraron.


Nosotros no te hemos hecho caso, ni hemos obedecido las enseñanzas que nos diste por medio de tus profetas. Señor y Dios nuestro, tú ya nos lo habías advertido. Si no nos portábamos bien, caerían sobre nosotros maldiciones y castigos. Así nos lo había enseñado Moisés, que siempre estuvo a tu servicio. Ahora has cumplido tus amenazas contra nosotros y nuestros gobernantes. Nunca antes habías castigado a nadie como nos has castigado a nosotros. ¡La destrucción de Jerusalén ha sido terrible! Así ha sucedido porque no hemos buscado al Señor, nuestro Dios, no le hemos obedecido ni hemos dejado de hacer el mal. Y es que el Señor, nuestro Dios, es justo en todo lo que hace y nosotros no hemos querido escucharle.


Pero aunque nos hayamos rebelado contra ti, tú, Dios nuestro, eres misericordioso y nos perdonas.


¡Habitantes de Jerusalén, que matáis a los profetas y a los mensajeros que Dios os envía. Muchas veces he querido protegeros, como la gallina que cuida a sus pollitos debajo de sus alas, pero no me habéis dejado.


Sabemos que los habitantes de Jerusalén y sus líderes no se dieron cuenta de quién era Jesús. Así que lo condenaron a muerte y, al hacerlo, cumplieron sin saberlo las palabras de los profetas que se leen todos los sábados en la sinagoga.


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