Oíd cómo rugen los ejércitos enemigos; ¡rugen más que un mar embravecido! Por la noche causan terror, pero al amanecer desaparecen. En cuanto Dios los amenaza, salen corriendo y se van muy lejos. ¡Son como la paja que se lleva el viento, como la hierba que arrastra el huracán! ¡Así acabarán las naciones que han saqueado a Israel y lo han dejado en la ruina!
Desde los cuatro puntos cardinales enviaré contra Elam grandes ejércitos que, como un viento huracanado, los dispersen por todas partes; ¡no habrá un solo país donde no haya elamitas refugiados!
Pero cuando su reino ya esté bien establecido, será destruido y se dividirá en cuatro partes. Este rey no dejará el poder a sus hijos, ni será un reino tan poderoso como lo fue antes, porque ahora quedará dividido y lo gobernarán otros reyes.
Yo seguí soñando, y de pronto apareció el cuarto monstruo. Era muy diferente a los otros tres, y tan fuerte y terrible que solo verlo daba mucho miedo. Tenía diez cuernos y unos dientes de hierro con los que devoraba y hacía pedazos todo lo que comía; luego pisoteaba las sobras con sus patas.
El chivo se iba haciendo cada vez más fuerte. Pero en el momento de su mayor fuerza, el cuerno más grande se le rompió. En lugar de ese gran cuerno, le salieron otros cuatro cuernos. Uno de ellos apuntaba hacia el norte, otro hacia el sur, otro hacia el este y otro hacia el oeste.
El ángel también me dijo: —Las aguas que has visto, y sobre las que está sentada la prostituta, representan a multitud de pueblos y a gente de diferentes idiomas y países.
Después de esto, vi cuatro ángeles que estaban de pie. Cada uno de ellos miraba a uno de los cuatro puntos cardinales. Estaban deteniendo al viento para que no soplara sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre los árboles. Estos cuatro ángeles habían recibido poder para dañar la tierra y el mar. Vi también a otro ángel, que venía del oriente, el cual tenía el sello del Dios que vive para siempre. Con ese sello debía marcar en la frente a todos los servidores de nuestro Dios. Ese ángel gritó con fuerte voz a los otro cuatro: —¡No dañéis la tierra, ni el mar, ni los árboles, hasta que hayamos marcado en la frente a los que sirven a nuestro Dios!