Asuero, el rey de Persia, gobernaba sobre ciento veintisiete provincias que se extendían desde la India hasta Etiopía. La capital de su reino se llamaba Susa. En el tercer año de su reinado, Asuero organizó una gran fiesta para todos los funcionarios y personajes importantes del país. También invitó a los jefes de los ejércitos de Persia y Media, y a las autoridades y gobernadores de las provincias.
¡Llamad a los reyes del país de Media y a sus gobernadores y oficiales! ¡Llamad a todo el imperio de Media! ¡Llamad a todas las naciones para que hagan la guerra santa a Babilonia!
Para la presentación de la estatua, el rey mandó que se reunieran todas las autoridades y personas importantes de su gobierno. Cuando todas esas autoridades y personas importantes se reunieron ante la estatua que el rey Nabucodonosor mandó hacer,
Un día, estaba yo, Daniel, leyendo el libro del profeta Jeremías. Cuando llegué al pasaje donde Dios le anuncia al profeta que Jerusalén quedaría destruida durante setenta años, decidí ayunar. Luego me vestí con ropas ásperas, me senté sobre ceniza, y comencé a pedirle a Dios con mucha insistencia por mi pueblo. Cuando esto sucedió, el rey Darío llevaba un año reinando sobre los babilonios. Darío era hijo del rey Asuero, y pertenecía al pueblo de los medos.