2-3 Para la presentación de la estatua, el rey mandó que se reunieran todas las autoridades y personas importantes de su gobierno. Cuando todas esas autoridades y personas importantes se reunieron ante la estatua que el rey Nabucodonosor mandó hacer,
2 Y envió el rey Nabucodonosor a que se reuniesen los sátrapas, los magistrados y capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces, y todos los gobernadores de las provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado.
2 Luego envió mensajes a los altos funcionarios, autoridades, gobernadores, asesores, tesoreros, jueces y magistrados y a todos los funcionarios provinciales para que asistieran a la dedicación de la estatua que había levantado.
2 El rey Nabucodonosor llamó a los funcionarios, prefectos, gobernadores, consejeros, tesoreros, procuradores, jueces y a todos los jefes de provincia para que se reunieran y asistieran a la inauguración de la estatua.
2 Y el rey Nabucodonosor hizo que se reunieran los sátrapas, prefectos y gobernadores, jueces, tesoreros, consejeros, magistrados, y todos los altos funcionarios de las provincias, para que vinieran a la consagración de la estatua que el rey Nabucodonosor había hecho levantar.
2 Después, el rey Nabucodonosor mandó convocar a los sátrapas, prefectos, gobernadores, consejeros, tesoreros, juristas, jueces y a todas las autoridades de la provincia, para que asistieran a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había erigido.
Además, el día quince del mes octavo, fecha que eligió según su capricho, estableció una fiesta religiosa parecida a la que se celebraba en Judá. Y el propio Joroboán acudió a Betel y a Dan para ofrecer sacrificios a los becerros de oro que había mandado fabricar. Luego quemó incienso en el altar, y nombró sacerdotes para los santuarios que había construido.
Enseguida los rodearon todas las personas importantes del gobierno y se quedaron sorprendidos al ver que el fuego no había hecho ningún daño a sus cuerpos ni se les había quemado el pelo, ¡y ni siquiera su ropa olía a quemado!
Los reyes del mundo se unieron a ella para adorar a dioses falsos y los habitantes de la tierra se han emborrachado con el vino de sus inmoralidades sexuales.
Los jefes de los filisteos se reunieron para ofrecer un gran sacrificio a su dios Dagón. Celebraban así su triunfo y cantaban esta canción: «Nuestro dios nos ha dado la victoria; hemos vencido a Sansón, nuestro enemigo».