8 Cuando el profeta Eliseo se enteró de que el rey estaba tan angustiado, le envió este mensaje: —¿Por qué has rasgado tu ropa? Deja que ese hombre venga a verme para que se dé cuenta de que hay un profeta de Dios en Israel.
8 Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.
8 Sin embargo, cuando Eliseo, hombre de Dios, supo que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras en señal de aflicción, le envió este mensaje: «¿Por qué estás tan disgustado? Envíame a Naamán, así él sabrá que hay un verdadero profeta en Israel».
8 Eliseo, el hombre de Dios, supo que el rey de Israel había rasgado su ropa, y mandó decir al rey: '¿Por qué rasgaste tu ropa? ¡Que venga a verme y así sabrá si hay o no profeta en Israel!'
8 Pero aconteció que oyendo Eliseo, el varón de Dios, que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.
8 Cuando Eliseo, el varón de Dios, supo que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, envió a decir al rey: '¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a visitarme y sabrá que hay profeta en Israel'.
Luego David dijo a Joab y a todos los que estaban con él: —Rasgad la ropa que lleváis puesta, vestíos con ropas ásperas y llorad por Abner. Abner fue enterrado en Hebrón. El día que lo enterraron, el propio rey David iba detrás del féretro. El rey y toda la gente lloraban desconsoladamente ante la tumba de Abner. Y el rey entonó esta lamentación: «¿Por qué ha tenido Abner que morir de forma tan absurda? Si no tenías las manos atadas ni los pies encadenados, ¿por qué tuviste que morir asesinado?». La gente no dejaba de llorar por Abner,
Ellos le contestaron: —Un hombre nos salió al encuentro y nos pidió darte este mensaje de parte de Dios: «¿Es que no hay Dios en Israel para que tengáis que ir a consultar Baal Zebub? Por eso no vas a sanar, sino que morirás».
Luego Naamán y todos sus acompañantes regresaron a ver a Eliseo. Cuando Naamán llegó ante el profeta, le dijo: —Ahora estoy seguro de que solo en Israel se adora al verdadero Dios. Por favor, acepta un regalo de este tu servidor.
Cuando el rey de Israel leyó la carta, se angustió tanto que rasgó su ropa y dijo: —¡Yo no soy Dios! No puedo dar vida ni quitarla. ¿Por qué el rey de Siria me manda este hombre para que lo cure de su lepra? Seguramente está buscando un pretexto para hacerme la guerra.
Entonces toda la gente que está al servicio del faraón vendrá a verme, y de rodillas me rogará que me vaya de Egipto junto con mi pueblo. Solo entonces me iré de aquí. Moisés salió muy enfadado de la presencia del faraón.
Es muy posible que no te hagan caso, pues son muy rebeldes; pero no te preocupes. Lo importante es que se den cuenta de que hay entre ellos un profeta que les habla de mi parte. Y aunque te parezca que estás rodeado de zarzas y espinos y estás sentado sobre escorpiones, tú no les tengas miedo ni te espantes por lo que te digan, porque son muy rebeldes. Tú, en cambio hombre mortal, no seas rebelde como ellos y escucha lo que voy a decirte. Para empezar, abre la boca y come lo que te voy a dar.
Lo que voy a decir ahora es para vosotros, los que no sois judíos. Dios me ha enviado para trabajar entre vosotros, y para mí esa tarea es muy importante.
Pero su criado le contestó: —En este pueblo hay un hombre que sirve a Dios. Toda la gente lo respeta mucho. Dicen que cuando él anuncia que algo va a suceder, sucede. ¡Vamos a verlo! A lo mejor nos dice dónde podemos encontrar las burras.