4 El rey Josías ordenó que sacaran del Templo todos los objetos que se usaban para dar culto a Baal, a Astarté y a todos los astros del cielo. Los sacerdotes, su jefe Jilquías y los encargados de cuidar el Templo cumplieron sus órdenes. Luego el rey ordenó que quemaran todo en los campos cercanos al arroyo Cedrón, en las afueras de Jerusalén, y que llevaran las cenizas a Betel.
4 Entonces mandó el rey al sumo sacerdote Hilcías, a los sacerdotes de segundo orden, y a los guardianes de la puerta, que sacasen del templo de Jehová todos los utensilios que habían sido hechos para Baal, para Asera y para todo el ejército de los cielos; y los quemó fuera de Jerusalén en el campo del Cedrón, e hizo llevar las cenizas de ellos a Bet-el.
4 Seguidamente el rey dio instrucciones al sumo sacerdote Hilcías, a los sacerdotes de segundo rango y a los porteros del templo para que quitaran del templo del Señor todos los objetos que se usaban para rendir culto a Baal, a Asera y a todos los poderes de los cielos. El rey hizo quemar todas estas cosas fuera de Jerusalén, en las terrazas del valle de Cedrón, y llevó las cenizas a Betel.
4 El rey ordenó al sumo sacerdote Helquías, al sacerdote que lo seguía en jerarquía y a los guardias de la puerta que echaran fuera de la casa de Yavé todos los objetos que habían sido hechos para Baal, para Asera y para todo el ejército de los cielos. Mandó quemarlos fuera de Jerusalén en una hogueraa en el Cedrón y las cenizas las llevaron a Betel.
4 Y el rey ordenó al sumo sacerdote Hilcías, y a los sacerdotes de segundo orden,° y a los guardianes de la entrada, que sacaran del Santuario de YHVH todos los utensilios hechos para Baal, y para Asera, y para todo el ejército de los cielos, y los quemó fuera de Jerusalem, en los campos del Cedrón, y llevó sus cenizas a Bet-’El.
4 El rey dio orden al sumo sacerdote Jilquías, a los sacerdotes de segundo orden y a los guardianes de la puerta de que sacaran del santuario de Yahveh todos los enseres fabricados para el culto de Baal, de la aserá y de todo el ejército del cielo. Los quemó fuera de Jerusalén, en los campos del Cedrón, y llevó las cenizas a Betel.
Cruzó entonces David con toda su gente el arroyo Cedrón, y comenzaron a subir por el monte de los Olivos camino del desierto. Todos ellos iban llorando, descalzos y con la cabeza cubierta. Llegó entonces el sacerdote Sadoc acompañado de los levitas que llevaban el Arca del pacto de Dios. Colocaron el Arca junto a Abiatar, hasta que todo el pueblo salió de la ciudad. Pero el rey dijo a Sadoc: —Lleva el Arca de vuelta a la ciudad. Si Dios tiene compasión de mí, volveré a ver su Arca. Eso tú debes saberlo, pues eres profeta. Pero si no es así, que sea lo que Dios quiera. Tú y tu hijo Ajimás podéis regresar a Jerusalén en paz, junto con Abiatar y su hijo Jonatán. En cuanto a mí, estaré en el desierto hasta que me hagas llegar alguna noticia. Entonces Sadoc, Abiatar y los levitas que llevaban el Arca de Dios, regresaron a Jerusalén y se quedaron allí.
También le quitó a su abuela Maacá el título de reina madre, porque ella había hecho una imagen repugnante de la diosa Astarté. El rey Asá destruyó esa imagen y la quemó junto al arroyo Cedrón,
Y no solo imitó la mala conducta de Jeroboán, hijo de Nabat, sino que se casó con Jezabel, hija de Etbaal, rey de los sidonios, y terminó adorando a Baal.
Ordena que los israelitas se reúnan conmigo en el monte Carmelo. Que vayan también los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Astarté, a los que Jezabel les da de comer.
Entonces ellos tomaron el toro que les dieron, lo prepararon y oraron a su dios desde la mañana hasta el mediodía. Le decían: —¡Baal, contéstanos! Los profetas de Baal danzaban alrededor del altar que habían construido. Pero no se escuchó ninguna voz ni nadie respondió nada.
Entonces Elías les dijo: —¡Apresad a los profetas de Baal! ¡Que no se escape ninguno! Una vez que el pueblo los apresó, Elías mandó que los llevaran al arroyo Quisón y allí los hizo matar.
Entonces el sacerdote Joyadá tomó un cofre y le hizo un agujero en la tapa y lo colocó junto al altar a la derecha según se entra en el Templo. Los sacerdotes que vigilaban la entrada del Templo ponían en el cofre todo el dinero que la gente llevaba.
Desobedecieron todos los mandamientos de su Dios, y fabricaron dos becerros de oro para adorarlos. Además, hicieron una imagen de Astarté, y adoraron a Baal y al sol, la luna y las estrellas.
Reconstruyó los santuarios locales que su padre Ezequías había destruido, hizo imágenes de la diosa Astarté y edificó altares para dar culto a Baal. También siguió el mal ejemplo del rey Ajab y adoró a todos los astros del cielo.
Derribó también los altares que los reyes de Judá habían construido en la terraza del palacio de Ajaz, y los que Manasés construyó en los dos atrios del Templo de Dios. Convirtió en polvo esos altares y lo arrojó al arroyo Cedrón.
Además, Nebuzaradán hizo prisionero a Seraías, jefe de los sacerdotes, a Sofonías, sacerdote que le seguía en importancia, y a los tres encargados de vigilar la entrada del Templo.
Asá le quitó a su abuela Maacá el título de reina madre, porque ella había hecho una imagen repugnante de la diosa Astarté. El rey Asá destruyó esa imagen y la quemó en el torrente Cedrón,
Reconstruyó los santuarios locales que su padre Ezequías había destruido, hizo imágenes de la diosa Astarté y edificó altares para dar culto a Baal, y adoró a todos los astros del cielo.
Además, Nebuzaradán apresó a Seraías, jefe de los sacerdotes; a Sofonías, sacerdote que le seguía en importancia; y a los tres encargados de la vigilancia del Templo.
Entonces Dios me dijo: —Fíjate en las acciones tan odiosas que hacen los israelitas. Eso hace que yo me aleje de mi Templo. Pero todavía vas a ver cosas peores.
Si vosotros, los de Israel, seguís adorando a otros dioses, ¡por lo menos que Judá no siga ese mal ejemplo! ¡No adoréis a esos ídolos en Guilgal o en Bet-Avén! ¡No juréis más en mi nombre!
Ya que a vosotros, israelitas, os gusta tanto pecar, seguid adorando a los ídolos en el santuario de Betel y en el santuario de Guilgal. Seguid presentando vuestras ofrendas todas las mañanas, y traed al santuario cada tercer día la décima parte de vuestras cosechas; traed panes en acción de gracias y anunciad por todas partes las ofrendas voluntarias que hacéis.