Al verlos, David salió a su encuentro y les dijo: —Si vuestras intenciones son buenas y venís para ayudarme, acepto de todo corazón que os unáis a mi tropa; pero si lo que queréis es traicionarme y entregarme a mis enemigos, siendo así que yo no soy ningún criminal, que el Dios de nuestros antepasados lo vea y os castigue.
Luego oró a Dios, diciendo: —Dios nuestro, nos hemos atrevido a luchar en tu nombre contra este ejército tan grande, porque confiamos en ti. No hay nadie como tú para ayudar al débil y liberarlo del poderoso. Por eso te rogamos que nos ayudes. ¡Tú eres nuestro Dios! ¡Sabemos que nadie te puede vencer!
Con la ayuda de Dios, el ejército de Asá derrotó completamente a los etíopes. Zéraj y su ejército salieron huyendo, pero los hombres de Judá los persiguieron hasta Guerar, y los mataron a todos sin dejar un solo etíope vivo. Luego se apoderaron de todas sus pertenencias.
Por el contrario, para estar en paz con Josafat, algunos de los filisteos le llevaban plata y otros regalos. De la misma manera, los árabes le llevaron siete mil setecientos carneros y la misma cantidad de chivos.
Dios mío, tú alumbras mi vida, tú iluminas mi oscuridad. Con tu ayuda venceré al enemigo y podré conquistar sus ciudades. Tus enseñanzas son perfectas, tu palabra da seguridad. Tú proteges como un escudo a los que buscan refugio en ti.
«Pueblo filisteo, ya ha muerto el rey de Asiria que tanto te maltrató. Pero no cantes victoria, pues sus descendientes serán para ti peores que una serpiente venenosa.
Pero todavía sigo hablando de Jesús a todo el mundo, a ricos y pobres, pues Dios me ayuda y me da fuerzas para seguir adelante. Nada de lo que enseño contradice lo que Moisés y los profetas anunciaron: