Después de la muerte de Saúl, David salió a luchar contra los amalecitas y los derrotó. A continuación regresó a Siclag y se quedó allí dos días. Al tercer día, llegó a Siclag uno de los soldados de Saúl. Venía con la ropa toda desgarrada y la cabeza cubierta de polvo. Cuando llegó ante David, se inclinó tocando el suelo con la frente en señal de respeto.
Para poder hacer frente a Saúl, tuvo David que aliarse con los filisteos, pero algunos de los jefes filisteos no quisieron aceptar su ayuda, pues decían: «¡David regresará al lado de su rey Saúl con grave peligro para nuestras vidas!». Los soldados que acompañaban a David en esta ocasión eran hombres de la tribu de Manasés; todos ellos eran soldados valientes y llegaron a ser jefes de tropa. Se habían unido a David cuando estaba en el refugio de Siclag, y sirvieron de gran ayuda tanto a David como a su tropa. Estos son sus nombres: Adnaj, Jozabad, Jediael, Miguel, Jozabad, Elihú y Siltay.
Recuerda que David arriesgó su vida cuando luchó contra Goliat y lo mató. Ese día Dios nos ayudó a vencer a los filisteos, y tú mismo estabas muy contento. ¿Cómo es posible que ahora quieras matar a David, si no ha hecho nada malo?
Mientras tanto, David rogó a Aquís: —Por favor, proporcióname un lugar donde vivir. Yo no soy más que tu servidor, y no está bien que viva en la misma ciudad donde tú vives.
Pero los jefes de los filisteos se enfadaron con Aquís y le exigieron: —Dile que se marche de aquí y que regrese a su país con todos sus hombres. ¿No te das cuenta de que podría volverse nuestro enemigo en la batalla? Con tal de ganarse otra vez la simpatía de Saúl, sería capaz de matar a nuestros soldados.
Al cabo de tres días David y sus hombres llegaron a Siclag y descubrieron que los amalecitas habían hecho una incursión por el desierto del sur y habían atacado a Siclag incendiándola. No habían matado a nadie, pero se habían llevado como esclavos a mujeres, ancianos y niños. Entre las mujeres, se habían llevado a Ajinoán y a Abigail, las esposas de David. Al ver esto, David y sus hombres se echaron a llorar desconsoladamente y así estuvieron hasta que ya no tuvieron más fuerzas.
Antes de eso, habíamos atacado varios lugares: el territorio de los quereteos, que está al sur, el de Judá y el de Caleb. También quemamos la ciudad de Siclag.