Por eso, si alguien no cumple uno solo de los mandamientos de Dios, aunque se trate del más pequeño, será la persona menos importante en el reino de los cielos. Lo mismo le sucederá al que enseñe a otros a no cumplir cualquiera de esos mandamientos. Pero el que cumpla los mandamientos y enseñe a otros a cumplirlos, será muy importante en el reino de cielos.
Así que no importa si sois judíos o no lo sois, si sois esclavos o libres, o si sois hombres o mujeres. Si estáis unidos a Jesucristo, todos sois iguales.
Gracias a lo que Cristo hizo, ya no importa si estamos circuncidados o no. Lo que sí importa es que creemos en él, y que esa fe se muestra en el amor a los demás.
Por eso, ya no importa si alguien es judío o no lo es, o si está circuncidado o no lo está. Tampoco tiene importancia si pertenece a un pueblo más o menos desarrollado, si es esclavo o libre. Lo que importa es que Cristo lo es todo y está en todos.
Y así, mientras que todos los que habían salido de Egipto estaban ya circuncidados, con los que nacieron en el desierto no se había llevado a cabo esta ceremonia.
Felices los que dejen de hacer lo malo, pues tendrán derecho a comer de los frutos del árbol que da vida eterna y podrán entrar por las puertas de la ciudad.
Pero Samuel le dijo: —Lo que agrada a Dios es que lo obedezcan y no que le ofrezcan sacrificios. Es mejor obedecerlo que sacrificarle los mejores animales.