Y, levantando la áurea vara, puso sobre su cerviz, y saludóla y dijo: «Háblame». Y díjole: «Te he visto, señor, cual a un ángel de Dios y se ha conturbado mi corazón de temor de tu gloria; pues maravilloso eres, señor, y tu semblante de gracias henchido». Pero, mientras hablaba cayó en delirio; y el rey se conturbó y todo su séquito la consolaba.
que las gentes todas del reino conocen que todo hombre o mujer que entrare al rey, en el aula interior, sin ser llamado, no tiene para él salvación, fuera del a quien extendiere el rey la áurea vara, porque sólo ese se salvará; y ya no he sido llamada a entrar al rey, en estos treinta días».