Y ahora, oh Dios nuestro, Dios grande, poderoso y terrible, que guardas la alianza y la misericordia, no tengas en poco todas las desgracias que han caído sobre nosotros, sobre nuestros reyes, nuestros jefes, nuestros sacerdotes, nuestros profetas, nuestros padres y todo tu pueblo, desde la época de los reyes de Asiria hasta el presente.
Despierta, despierta, levántate, Jerusalén; tú que has bebido de la mano del Señor la copa de su cólera; el cáliz del vértigo lo has bebido hasta las heces.
Esto dice el Señor Dios, tu Dios, que defiende la causa de su pueblo: Mira, yo quito de tu mano la copa del vértigo, el cáliz de mi cólera; no volverás a beber más de él.
Y él ha cumplido las amenazas que pronunció contra nosotros y contra los príncipes que nos gobernaban: que haría caer sobre nosotros un desastre tan grande como no ha habido jamás otro bajo el cielo, como le ha sucedido a Jerusalén.
¡Te has saciado de infamia, no de gloria! ¡Bebe tú también y muestra tu prepucio! A ti pasa la copa de la diestra del Señor, y después de la gloria viene la vergüenza.
La gran ciudad se despedazó en tres partes, y las ciudades de las naciones se hundieron. Y Dios se acordó de Babilonia la grande, para darle el cáliz del vino de su ardiente ira.