11 Cuando entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y se arrodillaron para adorarlo. Abrieron los cofres que llevaban y le regalaron al niño oro, incienso y mirra.
11 Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
11 Entraron en la casa y vieron al niño con su madre, María, y se inclinaron y lo adoraron. Luego abrieron sus cofres de tesoro y le dieron regalos de oro, incienso y mirra.
11 Al entrar en la casa vieron al niño con María, su madre; se arrodillaron y le adoraron. Abrieron después sus cofres y le ofrecieron sus regalos de oro, incienso y mirra.
11 y entrando en la casa, vieron al niño con su madre Miriam,° y postrándose lo adoraron; luego abrieron sus tesoros y le ofrecieron como presentes oro, incienso y mirra.
11 Entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre y, postrados en tierra, lo adoraron. Abrieron luego sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Ante esto, su padre no tuvo más remedio que aceptar: —Pues si no hay otra solución, llévense a su hermano y vuelvan ya a donde está ese hombre. Pero hagan lo siguiente: Llenen sus sacos con los mejores productos de nuestro país para regalárselos. Llévenle bálsamo, un poco de miel, algunas especias, y mirra, pistachos y almendras. Lleven también una doble cantidad de dinero, pues tienen que entregar el que les devolvieron en sus sacos. Tal vez lo pusieron allí por error.
Después, la reina de Sabá le dio a Salomón tres mil novecientos sesenta kilos de oro, y gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Además, los barcos de Hiram, que habían traído desde Ofir el oro para Salomón, trajeron gran cantidad de madera de sándalo y piedras preciosas. Con esa madera el rey hizo barandas para el templo de Dios y para el palacio. También hizo para los músicos arpas y liras. Nunca antes se había visto tanto perfume y tanta madera de sándalo en Israel.
Llegó a Jerusalén acompañada de sus consejeros y con camellos cargados de perfumes, y gran cantidad de oro y piedras preciosas. Cuando se encontró con Salomón, ella le hizo todas las preguntas que había preparado.
«El aceite de consagrar se derramará exclusivamente sobre todo lo que sea dedicado a mi servicio. Deberás prepararlo como se preparan los buenos perfumes. »En su preparación usarás los siguientes ingredientes: tres litros y medio de aceite de oliva mezclados con diferentes plantas aromáticas. Las cantidades se pesarán y medirán de acuerdo con la medida oficial del santuario.
Dios le dijo a Moisés: «El incienso que se quemará en mi honor debe mantenerse puro y exclusivamente dedicado a mi servicio. En su preparación usarás incienso puro y otras sustancias aromáticas. Este perfume debe prepararse mezclando bien los ingredientes en cantidades iguales, y moliendo muy fino la mezcla. En cuanto el perfume esté listo, irás al santuario y pondrás parte del incienso frente al cofre del pacto. Este es un incienso muy especial, exclusivamente para mi servicio, y deben tratarlo así. Nadie debe preparar otro incienso igual para su propio uso.
»A Jerusalén vendrá mucha gente de las regiones del desierto. Vendrán montados sobre muchos camellos. También vendrá gente del reino de Sabá. Vendrá con incienso y oro, y alabará mis grandes hechos.
15 (8) El sacerdote tomará de la ofrenda un puñado de harina, junto con el aceite y todo el incienso, y lo quemará sobre el altar para que ustedes se acuerden de que yo soy quien les da todas las cosas. Se trata de una ofrenda de aroma agradable presentada en mi honor.
Así fue como nació Jesús, el Mesías: su madre, María estaba comprometida para casarse con José. Pero antes de que vivieran juntos, se supo que ella estaba embarazada. José era un hombre bueno y obediente a la ley de Dios. Como no quería acusar a María delante de todo el pueblo, decidió romper en secreto el compromiso. Mientras pensaba en todo esto, un ángel de Dios se le apareció en un sueño y le dijo: «José, no tengas miedo de casarte con María. El Espíritu Santo fue quien hizo que ella quedara embarazada.
Cuando Simeón terminó de hablar, Ana se acercó y comenzó a alabar a Dios, y a hablar acerca del niño Jesús a todos los que esperaban que Dios liberara a Jerusalén.
Entonces me arrodillé a los pies del ángel, para adorarlo, pero él me dijo: «¡No lo hagas! Adora a Dios, pues yo también le sirvo, igual que tú y que todos los que siguen confiando en el mensaje que les dio Jesús.» Porque el mensaje que Jesús enseñó es lo que anima a la gente a seguir anunciándolo.
Apenas hizo esto, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se arrodillaron delante de él. Cada uno tenía un arpa, y llevaba una copa llena de incienso que representaba las oraciones del pueblo de Dios.
Pero un grupo de malvados dijo en son de burla: «¿Y este es el que va a salvarnos?» Y como pensaban que Saúl no servía para rey, no le dieron ningún regalo. A pesar de ello, Saúl no dijo nada.