Mi nombre es Ezequiel hijo de Buzí, y soy sacerdote. Fui llevado prisionero a Babilonia, junto con el rey Joaquín y muchos otros israelitas. Cinco años después, Dios me habló y me hizo sentir su poder y me permitió ver algunas cosas que iban a suceder. Estaba yo junto al río Quebar. Era el día cinco del mes de Tamuz del año treinta. Ese día pude ver que el cielo se abría
Y luego les dijo a todos: «Les aseguro que ustedes verán el cielo abierto, y verán también a los ángeles de Dios subir y bajar sobre mí, que soy el Hijo del hombre.»
Entonces se abrieron las puertas del templo de Dios, que está en el cielo, y dentro del templo podía verse el cofre de su pacto. Y hubo relámpagos, un resonar de truenos, un fuerte temblor de tierra y una gran lluvia de granizo.
Entonces vi el cielo abierto, y allí estaba un caballo blanco. El que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, porque era justo cuando gobernaba o cuando iba a la guerra.
Después de esto, vi una puerta abierta en el cielo. Entonces la voz que había escuchado al principio, y que resonaba tan fuerte como una trompeta, me dijo: «¡Acércate!, voy a enseñarte lo que está por suceder.»