Nabucodonosor se llevó diez mil prisioneros en total, entre los que estaban los oficiales, siete mil soldados valientes, y mil artesanos y herreros. También se llevó prisioneros al rey Joaquín, a su madre, a sus esposas, a su guardia personal, y a los más importantes líderes del país. Solo dejó en Jerusalén a los más pobres.
Cuando terminaron, le regresaron al rey y a Joiadá el dinero que había sobrado. Con él hicieron utensilios de oro y plata para usarlos en el culto del templo. Y así, mientras Joiadá vivió, se presentaron en el templo sacrificios en honor de Dios.
En ese momento llegó allí mi hermano Hananí con unos hombres que venían de Judá. Cuando les pregunté cómo estaba la ciudad de Jerusalén, y cómo estaban los judíos que no fueron llevados prisioneros a Babilonia,
El rey de Babilonia nombró a Guedalías gobernador de Judá. Lo puso a cargo de los que se habían quedado allí, que eran los más pobres del país. Cuando se supo la noticia, algunos jefes y soldados de Judá todavía estaban en el campo. Entonces fueron a Mispá, junto con los soldados que estaban bajo su mando, y se presentaron ante Guedalías. Entre ellos estaban Ismael, los hermanos Johanán y Jonatán, Seraías, Jezanías y los hijos de Efai.
«Israel es un país en ruinas. Sin embargo, hay israelitas que se consuelan diciendo: “Si Abraham por sí solo pudo adueñarse de este país, ¡con mayor razón nosotros, que somos muchos, podremos permanecer en él!”