Viendo, pues, el pueblo que el rey no había querido atenderlo, le replicó diciendo: ¿Qué tenemos nosotros que ver con la familia de David? ¿Ni qué herencia o provecho esperamos del hijo de Isaí? Vete a tus estancias, oh Israel; y tú, oh hijo de David, gobierna ahora tu casa. Con eso Israel se retiró a sus estancias.
Como tú has vencido y derrotado a los idumeos, por esto se ha engreído tu corazón. Conténtate con esa gloria, y estáte quedo en tu casa: ¿a qué fin quieres acarrearte males para perderte tú y Judá contigo?
No corras luego a contar, con motivo de alguna riña, lo que han visto tus ojos en el prójimo, no sea que después de haber infamado a tu amigo, no puedas remediarlo.
Codiciáis, y no lográis; matáis, y ardéis de envidia, y no por eso conseguís vuestros deseos; litigáis, y armáis pendencias, y nada alcanzáis, porque no lo pedís a Dios.
A tal espectáculo todos a una clamaban: No se ha visto cosa semejante en Israel desde el día en que salieron de Egipto nuestros padres hasta ahora: decid vuestro parecer, y decretad de común acuerdo lo que se ha de hacer en este caso.