Caiga su sangre sobre la cabeza de Joab y sobre toda la casa de su padre; no falte jamás de la casa de Joab un flujo vergonzoso que los vuelva estériles, como ni tampoco leprosos, y hombres que lleven rueca en vez de espada, y haya siempre quienes mueran a cuchillo, y gentes que vayan mendigando el pan.
Mas el Señor castigó al rey; el cual estuvo leproso hasta el día de su muerte, y habitó separado en una casa aislada. Mientras tanto Joatam, hijo del rey, gobernaba el palacio, y administraba justicia al pueblo de aquella tierra.
Había cuatro hombres leprosos cerca de la entrada de la puerta de la ciudad, los cuales se dijeron unos a otros: ¿Para qué queremos estar aquí hasta morir?
Estuvo, pues, el rey Ozías leproso hasta su muerte, y habitó en una casa separada, cubierto de lepra, por motivo de la cual había sido echado del templo del Señor. Entretanto su hijo Joatam tomó el gobierno de la casa real, y administraba justicia al pueblo.
¡Cómo ha quedado solitaria la ciudad antes tan populosa! La señora de las naciones ha quedado como viuda desamparada; la soberana de las provincias es ahora tributaria.
Enorme pecado fue el de Jerusalén , por eso ha quedado ella divagando sin estabilidad; todos aquellos que la elogiaban, la han despreciado por haber visto sus inmundicias; y ella misma, sollozando, volvió su rostro hacia atrás llena de vergüenza.
Apartaos, inmundos, decían gritando a los otros; retiraos, marchad fuera, no nos toquéis, porque de resultas de eso tuvieron pendencias entre sí; y los que fueron dispersos entre las naciones, dijeron: No volverá el Señor ya a habitar entre ellos.
No entrará en esta ciudad cosa sucia, o contaminada, ni quien comete abominación y falsedad, sino solamente los que se hallan escritos en el Libro de la vida del Cordero.