Llenaré a la familia de David y a los habitantes de Jerusalén con un espíritu de bondad y compasión. Ellos me mirarán a mí, a quien ellos atravesaron con una lanza, y se lamentarán como si estuvieran sufriendo la muerte de un hijo único. Sentirán tanta amargura como quien sufre la muerte del hijo mayor.
A través de la fe, Cristo nos ha traído al generoso amor de Dios que ahora disfrutamos, y estamos felices con la esperanza de compartir la gloria de Dios.
El Espíritu que ustedes han recibido ahora no los convierte en esclavos llenos de temor. Al contrario, el Espíritu que han recibido los hace hijos. Por el Espíritu podemos gritar: «¡Querido padre!»
ya sea judíos o no, esclavos o libres, todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar parte de un solo cuerpo; a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu.
pero nosotros sabemos que solo existe un Dios, el Padre, quien creó todo y para quien vivimos. Y hay un solo Señor, Jesucristo, por medio de quien vino todo y por quien tenemos vida.
darán gracias al Padre por considerarnos dignos de compartir la herencia que tiene preparada para todos los que pertenecen al pueblo de Dios y viven en la luz.
Ustedes oran a Dios y lo llaman «Padre», y él juzga a todos por igual según lo que hacen. Por eso deben mostrarle respeto en todo lo que hagan durante el tiempo que estén de paso por este mundo.
Por medio de Cristo, ustedes son fieles a Dios, quien resucitó a Cristo de entre los muertos y le dio honor. Por eso han puesto su fe y su esperanza en Dios.
Porque Cristo mismo sufrió la muerte por nuestros pecados, una vez y para siempre. Cristo no era culpable y aun así murió por los que sí lo eran, para poder llevarlos a ustedes ante Dios. Sufrió la muerte en su cuerpo, pero volvió a la vida por medio del Espíritu.