8 Su majestad debe aprobar el decreto y firmarlo para que sea una ley. Esa ley no podrá cambiarse porque las leyes de los medos y los persas no pueden cambiarse ni anularse.
8 Ahora bien, su majestad, emita y firme esta ley de tal modo que no pueda ser alterada, una ley oficial de los medos y de los persas que no puede ser revocada».
8 Ahora, oh rey, toma esa decisión, haz que se ponga por escrito para que no sea modificada y así, según la ley de los Medos y de los Persas, nadie pueda anularla'.
8 Todos los inspectores del reino, los prefectos, los sátrapas, los consejeros y los gobernadores aconsejan que se promulgue un edicto real, por el cual se ponga en vigor esta prohibición: 'Quien, por espacio de treinta días, haga una oración a quienquiera que sea, Dios u hombre, fuera de a ti, ¡oh rey!, sea arrojado al foso de los leones'.
»Así que, si el rey me lo permite, sugiero que Su Majestad dé una orden que quede escrita en las leyes de Persia y Media para que no se pueda cambiar. La orden real debe ser que nunca más se le permita a Vasti volver a presentarse ante el rey y que el rey busque a alguien mejor que ella para que sea reina en su lugar.
El día 13 del primer mes se reunieron todos los secretarios del rey. Ellos escribieron en un decreto todas las órdenes de Amán y lo enviaron a cada pueblo en su propia escritura y en su propio idioma. El decreto se envió a todos los virreyes, a los gobernadores de las diferentes provincias y a los jefes de todos los pueblos. El decreto se escribió con la autorización del rey Jerjes y la orden se entregó firmada y sellada por el propio rey.
Mardoqueo escribió las órdenes por autoridad del rey Jerjes. Luego selló las cartas con el anillo oficial y las envió con mensajeros que iban a caballo. Esos mensajeros se fueron en caballos veloces especialmente entrenados para el servicio del rey.
Ester se acercó nuevamente al rey, cayó a sus pies y comenzó a llorar. Le rogó que interviniera por los judíos para evitar su destrucción conforme al malvado plan de Amán, el descendiente de Agag.
Es el momento de que escriban otra orden por la autoridad del rey para ayudar a los judíos de la manera que mejor les parezca. Luego sellen esa orden con el anillo oficial del rey. Ninguna carta que haya sido escrita por la autoridad del rey y sellada con el anillo del rey puede ser cancelada.
En seguida se presentaron ante el rey y dijeron: —Majestad, usted ha firmado una ley prohibiendo durante 30 días que se hagan oraciones o peticiones a cualquier dios o persona que no sea usted. Y quien no obedezca será mandado al foso de los leones. ¿No es verdad? El rey respondió: —Así es. Es una ley para los medos y los persas, y no puede anularse ni cambiarse.
Pero aquellos hombres urgían al rey diciendo: —Majestad, usted sabe que según la ley de los medos y de los persas, las leyes y normas firmadas por el rey no se pueden cambiar.