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1 Juan 3:2 - Biblia Arcas-Fernandez (Nuevo Testamento)

2 Ahora, queridos míos, somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que el día en que se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es.

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Biblia Reina Valera 1960

2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

2 Queridos amigos, ya somos hijos de Dios, pero él todavía no nos ha mostrado lo que seremos cuando Cristo venga; pero sí sabemos que seremos como él, porque lo veremos tal como él es.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

2 Amados, a pesar de que ya somos hijos de Dios, no se ha manifestado todavía lo que seremos; pero sabemos que cuando él aparezca en su gloria, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es.

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La Biblia Textual 3a Edicion

2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado° lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como es.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

2 Queridos míos, ahora somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es.

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1 Juan 3:2
37 Referans Kwoze  

Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios.


Así será el día en que se manifieste el Hijo del hombre.


como tampoco tendrán nada que ver con la muerte, porque serán como ángeles. Serán hijos de Dios, porque habrán resucitado.


pero a cuantos le recibieron y creyeron en él les concedió el llegar a ser hijos de Dios.


Y no solamente por la nación judía, sino para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que se hallaban dispersos.


Padre, es mi deseo que todos éstos que tú me has confiado lleguen a estar conmigo donde esté yo, para que gocen contemplando mi gloria, la gloria que tú me diste, porque ya me amabas antes que el mundo existiese.


Ese mismo Espíritu se une a nuestro propio espíritu para asegurarnos que somos hijos de Dios.


Considero, por lo demás, que los sufrimientos presentes no tienen comparación con la gloria que un día se nos desvelará.


La creación misma espera con impaciencia que Dios descorra el velo de la gloria de sus hijos.


A quienes Dios conoció de antemano, los destinó igualmente, desde un principio, a reproducir en ellos mismos los rasgos de su Hijo, de modo que él fuese el primogénito entre muchos hermanos.


Ahora vemos confusamente, como por medio de un espejo; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco sólo de forma limitada; entonces conoceré del todo, como Dios mismo me conoce.


Y así como hemos incorporado en nosotros la imagen del hombre terreno, incorporaremos también la del celestial.


Pero he aquí que, según dice la Escritura: Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que no imaginó la mente de hombre alguno respecto a lo que Dios preparó para aquellos que le aman,


Y como todos nosotros llevamos el rostro descubierto, reflejando la gloria del Señor, vamos incorporando su imagen cada vez más perfectamente bajo el influjo del Espíritu del Señor.


Leves y pasajeras son nuestras penalidades de hoy, que a cambio nos producirán para siempre una riqueza inmensa e incalculable de gloria.


En efecto, todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús, sois hijos de Dios.


Y prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones; y el Espíritu clama: ' ¡Padre! '


El será quien transforme nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que le permite dominar todas las cosas.


Cuando Cristo, vida vuestra, se manifieste, también vosotros apareceréis, junto a él, llenos de gloria.


De manera semejante, Cristo se ofreció una sola vez en sacrificio para quitar los pecados de los hombres; después se mostrará por segunda vez, pero ya no en relación con el pecado, sino para bien de quienes esperan de él la salvación definitiva.


Fueron esta gloria y esta fuerza las que nos alcanzaron los preciosos y sublimes dones prometidos. De este modo participáis de la misma condición divina, habiendo huido de la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo.


En resumen, hijos míos, vivid unidos a Cristo, para que el día glorioso de su manifestación tengamos absoluta confianza, en lugar de sentirnos abochornados, lejos de su presencia.


Queridos hermanos, el mandamiento que os escribo no es nuevo, sino antiguo. Me refiero al mensaje que desde el principio habéis oído.


¡Qué amor tan inmenso el del Padre, que nos proclama y nos hace hijos suyos! Si el mundo nos ignora, es porque no conoce a Dios.


¿Queréis distinguir a los hijos de Dios de los hijos del diablo? Si no practicáis el bien ni amáis al hermano, no sois hijos de Dios.


Si, por el contrario, queridos hermanos, la conciencia no nos acusa, crece nuestra confianza en Dios.


Si creemos que Jesús es el Cristo, somos hijos de Dios. Ahora bien, no es posible amar al padre sin amar también al hermano, que es hijo del mismo padre.


como el Padre me lo dio a mí, para que pueda gobernarlas con cetro de hierro y quebrarlas como vasijas de barra. Le daré también el lucero de la mañana. (El v.28 está incluido en el anterior)


contemplarán su rostro y llevarán su nombre grabado en la frente.


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