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Apocalipsis 7:9 - Dios Habla Hoy Versión Española

9 Después de esto miré, y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. Estaban de pie delante del trono y delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos. Iban vestidos de blanco y llevaban palmas en las manos.

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Biblia Reina Valera 1960

9 Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos;

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Biblia Nueva Traducción Viviente

9 Después de esto vi una enorme multitud de todo pueblo y toda nación, tribu y lengua, que era tan numerosa que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y delante del Cordero. Vestían túnicas blancas y tenían en sus manos ramas de palmeras.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

9 Después de esto vi un gentío inmenso, imposible de contar, de toda nación y raza, pueblo y lengua, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos,

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La Biblia Textual 3a Edicion

9 Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de toda nación y tribu, y pueblos y lenguas, que estaban en pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos de ropas blancas, con palmas en sus manos.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

9 Después miré y apareció una muchedumbre inmensa que nadie podía contar, de toda nación, tribus, pueblos y lenguas, que estaban de pie ante el trono y ante el Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en las manos.

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Apocalipsis 7:9
41 Referans Kwoze  

Yo haré que estos sean tantos como el polvo de la tierra. Así como no es posible contar los granitos de polvo, tampoco será posible contar tus descendientes.


Nadie le quitará el poder a Judá ni el cetro que tiene en las manos, hasta que venga el dueño del cetro, a quien los pueblos obedecerán.


Pídeme que te dé las naciones como herencia y hasta el último rincón del mundo en propiedad, y yo te los daré.


Señor, fuerza y protección mía, mi refugio en el momento de peligro; a ti vendrán las naciones desde el extremo de la tierra, y te dirán: “Tan sólo dioses falsos, inútiles y sin poder recibieron nuestros padres como herencia.


Jerusalén será llamada entonces el trono del Señor; todas las naciones se reunirán allí para honrarme, y no volverán a seguir tercamente las malas inclinaciones de su corazón.


Midió otros quinientos metros y la corriente era ya un río que no pude atravesar; se había convertido en un río tan hondo, que solo se podía cruzar a nado.


“Yo, el rey Nabucodonosor, deseo paz y prosperidad a los hombres de todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan la tierra.


Entonces el rey Darío escribió a las gentes de todas las naciones y lenguas de la tierra, diciendo: “Os deseo paz y prosperidad,


Un día los israelitas serán como la arena del mar, que nadie la puede medir ni contar. Y en vez de decirles: “Vosotros ya no sois mi pueblo”, Dios les dirá: “Vosotros sois hijos del Dios viviente.”


El primer día tomaréis frutos de los mejores árboles y hojas de palmera, de árboles frondosos y de álamos del río, y durante siete días os alegraréis en presencia del Señor vuestro Dios.


“Yo los llamaré y los reuniré, porque los he salvado. Volverán a ser tan numerosos como lo fueron en otros tiempos.


Cuando esto suceda, muchas naciones se unirán al Señor, y él dirá: “También estas naciones serán pueblo mío; y yo viviré entonces entre vosotros.” Así comprenderéis que el Señor todopoderoso me ha enviado.


Se juntaron entre tanto miles de personas, que se atropellaban unas a otras. Jesús comenzó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos, es decir, de su hipocresía.


Permaneced vigilantes, orando en todo tiempo para que podáis escapar de todas esas cosas que van a suceder, y para que podáis presentaros delante del Hijo del hombre.”


Entonces cortaron hojas de palmera y salieron a recibirle, gritando: –¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Rey de Israel!


Hermanos, quiero que sepáis este designio secreto de Dios, para que no os creáis sabios: En parte el pueblo de Israel se ha endurecido, pero solo hasta que hayan entrado todos los que no son de Israel.


Por eso, tomad toda la armadura que habéis recibido de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, después de haberos preparado bien, manteneros firmes.


Así que Abraham, aunque próximo el fin de sus días, tuvo descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo y como la arena de la orilla del mar, que no se puede contar.


Vosotros, por el contrario, os habéis acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios viviente, la Jerusalén celestial, y a muchos miles de ángeles reunidos para alabar a Dios,


El séptimo ángel tocó su trompeta y se oyeron fuertes voces en el cielo, que decían: “El reinado sobre el mundo corresponde a nuestro Señor y a su Mesías, y reinará por todos los siglos.”


Ya no habrá allí nada puesto bajo maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos le adorarán,


Por eso te aconsejo que compres de mí oro refinado en el fuego, para que seas realmente rico; y que compres de mí ropas blancas para vestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y colirio para aplicártelo a los ojos y que veas.


También vi alrededor del trono otros veinticuatro tronos, en los cuales estaban sentados veinticuatro ancianos que iban vestidos de blanco y llevaban una corona de oro en la cabeza.


Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. Había millones y millones de ellos,


Y cantaban este nuevo canto: “Tú eres digno de tomar el rollo y romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y derramando tu sangre redimiste para Dios gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación.


Entonces, a cada uno de ellos se le dio una vestidura blanca, y se les dijo que descansaran aún por un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus hermanos y compañeros en el servicio de Dios, que, como ellos, también habían de ser muertos.


doce mil de la tribu de Zabulón, doce mil de la tribu de José y doce mil de la tribu de Benjamín.


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